lunes, 18 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 18 Lunes


Tímidamente sobre el horizonte, el sol aparece. Un disco rojo, tenue, bien delimitado pero sin fuerza visible, desfallecido y débil. Sobre un mar y un cielo fundidos en único y calmoso color marfil, suave e iluminado, evanescente y grácil. Algunas gaviotas permanecen posadas sobre las inmóviles aguas, mientras una o dos alzan el vuelo dejando perfilado el trazo ágil de su ingrávido ascenso.

Dos buques anclados escoltan a un lado y otro la roja y redonda llama del sol, mientras un surco de reflejos de fuego comienza a recorrer la superficie marina hasta la playa. Como no corre ni una pizca de aire el mar está asombrosamente estático, dormido e inerte, es un fiel espejo de la plateada crema que hoy viste el cielo. El horizonte se ha disipado en la refulgente bruma vestida del mismo leve ámbar fluido de la superficie marina.

El día, con cierto asombro y curiosidad, ha descubierto hoy fundidos en único y abandonado abrazo a las aguas de la bahía con el firmamento. Sus límites se han desvanecido en un sólo apacible y diáfano, pálido nácar amarillo.

La jornada laborable impone sus exigencias, y ante el asombro de las palmeras me pongo en marcha apenas iniciado este lunes, que ya muestra intensa actividad y tráfico animado. Pero el camino de arenas de la playa ostenta la magnanimidad de su vacío espacio, de su humilde silencio, hoy respetado por una orilla sin olas, apagada, estática.

Sobre el mar la humedad ha hecho crecer una cierta neblina alta que filtra la luz solar. Toda la superficie marina se reviste de una pátina plateada, sobre la cual dos o tres, a veces más, intermitentes puntos iluminados que a veces brillan. Reflejos del sol, que pinta destellos y luceros sobre las aguas dormidas.

Con el mediodía el astro del día ha tomado la fuerza y dimensión que le es propia. Un suave viento sur aproa a los buques señalando África. El aire trae la fresca vibración marina de las aguas.

La tarde es ya, aún siendo invierno, agradable y cálida. Apenas una camisa y un chaleco sobran y bastan, para caminar hacia el trabajo. En los chiringuitos de la playa, la fría cerveza es la reina de los veladores y mesas.

Cuando mis tareas terminan, sobre el cielo planean lentas y majestuosas las gaviotas. El crepúsculo inicia sus matices de seda violeta.

Despejada y fresca la noche se presenta. La bruma ha cedido, y deja ver sobre el límite de la ensenada las luces de las barcas de pesca. Sobre ellas, las estrellas imitan sus temblores iluminados, su viva pequeñez rodeada de negrura y sombras.



© Acuario 2010

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