domingo, 17 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 17 Domingo


Aún antes de surgir sobre el horizonte, el desaforado incendio del sol logra iluminar a las nubes por su base. Una intensa y roja luz alumbra la vultuosa superficie inferior de los abundantes nimbos inmóviles, esperando sobre un mar que a su vez se reviste con una tonalidad de encendidas brasas. Pero en breve una apoteosis de estallido naranja eclosiona y el regio astro solar inunda con asombrosa desmesura de luz toda la bahía.

Dos navíos recortan como pueden sus sobrecogidos perfiles ante la inmensa catarata luminosa que el amanecer regala, mientras el ausente viento concede unas horas más de reposo y sueño a las detenidas aguas de la ensenada marina.

Es ya media mañana cuando inicio mi habitual paseo. La calle está bien concurrida, con la claridad diurna ahora mitigada por un delgada blonda de nubosidad, por unos altos e indolentes estratos emplazados sobre la ciudad y el mar. La temperatura es templada, y sobre el paseo la animación no cesa. La habitual soledad de la playa hoy se ha trocado en alegre dispersión de parejas, pescadores en la orilla con sus cañas, niños que juegan y padres que intentan vigilar sus ocurrencias y travesuras. No faltan los perros, felices y jubilosos, unos corriendo sueltos junto a sus amos por las arenas, otros sujetos a sus correas paseando con sus dueños y de vez en cuando oliendo con insólita avidez interesantes esquinas y rincones insospechados.

Piratilla me espera a la puerta de su escondrijo tomando este medio sol templado y sutil que entibia la mañana. Come con buen apetito y se tumba luego delante mía panza arriba, con las patas extendidas y abiertas, esperando una caricia. Como debe de hacer más de doce años que al pasar le dejo algo, tiene plena confianza conmigo la gata.

El mediodía es un tiempo ligero, con la playa todavía más solicitada si cabe como lugar de esparcimiento. Frente a la bocana del puerto, una móvil aglomeración de blancos puntos que levemente se zarandean. Apenas sin viento compiten como pueden unas pequeñas barquitas de reducida vela con un solo regatista. El sol a veces casi encuentra camino expedito entre el velo de nubes, y las aguas se llenan de impulsos de plata, de un manto de brillos acuáticos que se apagan e iluminan en imprevisibles intervalos.

La tarde es relajada, sólo cuando ésta acaba la dorada luz solar baña de forma inesperada a la ciudad. La superficie de las aguas acoge reflejos violáceos, mientras más alla y al mismo tiempo el mar se hace atrayente fucsia, grácil rosa y líquida crema.

Cae la noche y el viento hoy no ha encontrado para venir camino alguno. Las palmeras se muestran indolentes y lánguidas. Rodeadas de sombras sus palmas caen extenuadas a lo largo de sus troncos.

El silencio de la negra noche se hace sencillo y blanco rumor de ligeras olas.



© Acuario 2010

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