viernes, 22 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 22 Viernes


Apenas una docena de pequeñas y reducidas nubes alargadas, intentando encarar en desigual contienda la impetuosa avalancha de dorada luz que el sol naciente derrama. Literalmente fundidas en iluminada fogata, resisten apenas como pueden, hasta que el estallido solar llena de impetuoso oro el mar y el cielo, con el único camino de su frenético impulso ilimitado. Una escasa brisa inaparente, el cielo abierto en completa inmensidad celeste, el día comienza.

Asediados por zanjas y socavones abiertos, los parterres muestran dolorosas heridas de abierta tierra en el césped. Ignorantes de todo, los gorriones rebuscan entre las abiertas regueras y los apilados montones de terrones de gleba. En progresiva animación la calle se viste de fútiles peatones que deambulan y zanquean, mientras con afiligranada parsimonia el barrendero lentamente se solea, barriendo entretanto la calle con íntima solemnidad litúrgica.

La desenvuelta libertad de una camisa es suficiente para acudir a mi cita con la veraz soledad de mi habitual camino. Sin más afán que su dimensión abierta, invita a reconstituir paso a paso la sencillez que la sociedad humana desdobla y alambica en ambiciones sinuosas. El horizonte se extiende con sólo su incontenible y amable sonrisa bajo una mañana tibia y abierta.

El mediodía se entrega a unos cada vez más abundantes y altos cirros extensos, que velan a medias la luz solar, que dejan un cielo entreabierto. Las nubes dejan ver en medio de ellas un pálido azul celeste de serena paz esclarecida. Un humilde y fresco aroma de hierba recién cortada viene de las isletas plantadas en la playa, tras el paso de la podadora motorizada, un pequeño vehículo que remonta, baja y sube, sobre la verde superficie pletórica de efluvios y ancestrales fragancias.

La tarde se adormece en su claridad pausada, en su serenidad discreta. La ciudad respira horas de suave descanso tras el ajetreo de las horas iniciales de la jornada. El crepúsculo se inicia cuando ya termino mis tareas. La mar se disuelve en el horizonte abrazada al cielo. Con una delicada y oculta transición de leves azules y grises, juntos el aire y las aguas, consiguen hacer desaparecer los límites que hasta ahora tuvieron.

Una media luna atrevida observa todo con picaruela mirada, mientras el sol acaricia a algunas nubes con ligeros matices de evanescente crema. Un crucero pronto a partir brama impaciente con su sirena en el puerto.

Al final la noche está sola.

Se ha cubierto el firmamento. Una sola negrura lo une a un mar ensimismado en sus sueños. En la orilla rezonga con oculto lamento.

Arrostrando decidido el frío, en la playa un animoso pescador vigila su caña, mientras espera con paciencia que piquen los peces el cebo.



© Acuario 2010

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