domingo, 24 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 24 Domingo


Cesó de madrugada el fuerte viento, el mar con cansado aspecto deja llegar a la solitaria orilla unas olas fatigadas con un rumor lento, con amplios intervalos, sin la ciega y agresiva determinación que ayer tuvieron. Mientras en la superficie marina se despliega un verde ámbar turbio el cielo amanece entreabierto, con algunas nubes que consiguen inicialmente esconder al sol. Pero éste logra, a pesar de encontrarse oculto tras los dispersos y densos nimbos, llevar espléndidos y amplios espacios de refulgente luz a las aguas de la bahía.

Una sensación de sosegado alivio se extiende por la pobre vegetación ayer tan zamarreada por la ventisca. La tribu canora de diversas avecillas expresa hoy su alegre disposición ante la perspectiva de un día de calma. Como es festivo, la calle está casi deshabitada, y en la soledad inicial del día encuentran el espacio necesario para rebuscar algo y resolver el necesario desayuno.

Algunas migas de pan que les llevo cuando salgo, solucionan la posible carencia de alimenticios hallazgos, para muchos gorriones inquietos que hasta parece me esperan. En el camino charcos y barro, que los abundantes corredores eluden en dos o tres saltos, mientras lo recorro sin prisa por mi parte, y la mañana comienza a llevar una suave luz tibia al mar y a la playa. Las nubes van ganando en el firmamento cada vez más extensión.

Un poniente tranquilo aproa hacia el oeste a dos navíos anclados en la ensenada. El horizonte se viste de sueño aún a media mañana.

Al iniciarse la tarde el sol comienza a abrirse paso y entrega su calor y su luminosa mirada. En las arenas algunos se solean tumbados, mientras en los columpios al fondo de la playa los niños juegan. Las horas del tiempo parecen tomarse ellas mismas la vida con lento sosiego. El aire está templado y casi detenido, entanto que la mar pausada, respira con olas dilatadas, adormecidas.

Con el crepúsculo el cielo muestra dos azules, celeste y denso añil, entre los magníficos nimbos, llenos de ribetes de tonos amarillos y rojizos. Pero esos instantes de magia son gráciles y ligeros, con insustancial brevedad todo pasa, y un suave gris extiende sus distintos matices mientras el dia finalmente acaba.

Asomado a la noche un inmenso carguero ofrece su abundante castillo de luces, detenido en mitad de la bahía, toda oscuridad y negrura. Sobre él las escasas balizas intermitentes de un avión que pasa. En la atmósfera, sólo una nubosidad leve y difusa, planeando con sus alas vestidas del apagado naranja que reflejan las farolas de la ciudad.

El mar vuelve una y otra vez, con lenta determinación, a llenar de blancas espumas las sombras de la orilla.



© Acuario 2010

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