jueves, 28 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 28 Jueves


Moneda de oro rojo, el sol abre hoy la otra cara, diferente a la de ayer, completa y distinta de un nuevo día. Ni una nube, nada de viento. Nada queda de la tormenta pasada, salvo la queja persistente del mar, líquido ambar terroso, con olas extenuadas, rezongando torpemente en la orilla. Las espumas ya remitiendo, se tranquilizan y se dejan mecer al desgaire en la superficie marina.

La mañana es fresca, sobre los montes un azul eléctrico proclama con su magnetismo el alado vuelo de su inacabable pensamiento. Manzana de oro el astro rey se eleva libre y único sobre la bahía, derramando incontenible su volcánico frenesí de reflejos. Las palmeras tocadas por una anticipada primavera, quizá venida de una viajera mano siempre joven, despliegan sus palmas al calor matinal con evidente deleite.

El camino de arenas descansa sereno y renovado, único. Hoy parece haberse ensanchado la sonrisa del horizonte. Extiende de un lado a otro sobre sus brazos un celeste pálido, que levemente amarillea. Un navío de generosa eslora permanece anclado en el centro de la ensenada. Ha resistido tormentas y vendavales, pero parece disolverse y fundirse sobre el metálico espejeo de fluidos destellos que la luz solar sobre las aguas irradia.

El mediodía es cálido, abierta dicha es su tiempo, la bóveda celeste se ha descubierto, inmensa y vacía sobre la ciudad asombrada.

Por la tarde las aguas han perdido el color agitado y convulso que conservaban, y comienzan a recuperar una calma de denso cobalto, de profundo e inexplorado deseo. Nada agita al cielo, es todo espacio sin memoria. En los chiringuitos abiertos, las mesas se han llenado. La luz se derrama sobre la espuma, pero aquí es de rubia cerveza.

Cuando termino mi tarea, veo a una impaciente luna pálida, intentado sin conseguirlo, camuflarse entre el blanquecino azul de un cielo abierto y resuelto. En la rada del puerto el sol se despide dibujando al contraluz en sombras los edificios que en su camino encuentra. Los pinos de los montes cercanos aún no han vestido con sombras su pletórico verde lleno de vida.

La noche es estrellada, infinita, inmensa. Redonda y completa, la luna se ha situado en su centro. El océano de su locura sin límites es sobrehumano. Sin palabras, sin evocación ni huellas del tiempo, la luna, blanca manzana de plata, transmuta incesante en oro y juventud eterna el jubiloso y oculto regocijo de las traviesas estrellas.

En su universo de candor y alquimia, la noche sempiterna se ilumina con sus risas.



© Acuario 2010

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