viernes, 8 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 8 Viernes


Cristal gélido, de helada transparencia el aire de la mañana. El viento norte ha venido entrando desde toda la madrugada pero no encuentra a nadie, no hay una nube, sólo algún pobre lucero olvidado que tiembla de frío. El mar silencioso calla.

Sobre el horizonte limpio e interminable, hoy el sol redobla su incontenible brillo. De inmediato refulge, con deslumbrante y naranja destello. Se conturba el perfil oscuro de los navíos detenidos, anclados y quietos esperando algo que alguna vez añoraron, pero con el paso de la noche ya han dado al olvido. Desalentadas las olas en la orilla, en silencio han desaparecido.

Diáfano el firmamento, abierto al torrente azul de un cielo ilimitado, mientras la ciudad como puede intenta rehacer sus empeños, reanudar sus diarios esfuerzos. La calle comienza a moverse, los peatones caminan con cierta premura, buscando conseguir algún calor con un paso acelerado.

En el sendero de la playa, las arenas se muestran ya secas, sólo queda algún escaso charco. Los gorriones y palomas tienen apetito, se plantan bien delante en evidente petición de algunas migas, el frío les obliga imperiosamente a calentar su estómago como a cualquier hijo de vecino. La oblicua luz del sol entretanto parece andar conmigo el camino.

Incluso al mediodía el aire es acerbo y helado, malavenido, pese al completo sol. Las exultantes palmeras muestran un aspecto pletórico, el agua les ha dado una renovada apariencia, una estampa llena de lozanía con un verde intenso y vivo. El mar se extiende iluminado, rebosante de destellos, auténtico metal centelleante y líquido.

Con la tarde un cierto número de nimbos pasean sus orondas volutas sobre la bahía, como un celeste rebaño de enormes borregos cargados de finos y blancos vellones de lana. El mar a sus pies recupera su verde profundo, en tanto que la luz solar llena las aguas de claro ámbar fluido.

Cuando finalmente acabo el trabajo y salgo, tras el perfil del faro del puerto, todo el cielo se ha hecho un ensueño de rosa seda e irisado gris pálido. Con celeridad y presteza la noche abre sus tesoros de estrellas y sombras. El mar casi inmóvil, apenas es un leve resuello en la orilla callada. Algunos pescadores aferrados a sus cañas valientemente arrostran la frialdad extrema que el viento norte sigue trayendo.

En el firmamento hoy las estrellas alegres titilan, y se engalanan mostrándose unas a otras los iluminados vestidos, rojo, azul, blanco, otra vez azul, que contentas han comprado por poco dinero en los saldos.




© Acuario 2010

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