sábado, 16 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 16 Sábado


Aprovechando las largas líneas de bruma, que sobre el horizonte compiten a ver cuál consigue hacerse más extensa, la aurora solar se viste con sus mejores atuendos. Con todas las gamas del fuego y los completos destellos del oro. Con todos los sueños de Ícaro.

El mar lentamente va deshaciendo la sombría presencia de la noche, aún cautiva en las redes de sus aguas, y recibe agradecido el regalo de los abundantes reflejos y centelleos, que bullen incesantes en la superficie levemente inquieta de la bahía. Apenas hay viento, la mañana es agradable y sólo fresca. La playa se ofrece con la abierta libertad de sus espumas, en la humilde generosidad de sus arenas, brindando su ingenua armonía de soledad y silencio.

En la alegre compañía de la luz completa inicio mi diario paseo. Agradecido íntimamente a la vida, que derrama a mi alrededor toda su magia y misterio. Las sabias palmeras del camino hoy pueden descansar plácidas, no hay ventarrón que las zarandee. El mar despliega sus enigmáticos y palpitantes azules, mientras sobre el cielo se extiende alguna leve nubosidad imprecisa que mitiga el calor agradablemente.

El mediodía abre por completo al sol las puertas de la ciudad. En la ensenada marina algo más de dos docenas de veleros intentan sin viento competir en lenta y casi detenida carrera. Un crucero atracado en el puerto avisa con largos y profundos aullidos de su sirena su inmediata partida. En breve, larga amarras y zarpa majestuoso sobre un mar quieto y tranquilo, iluminado tapiz de diáfano color turquesa.

Las horas de la tarde se hacen íntimas. Su luz ligera y mínimamente velada invita al descanso, a la ibérica siesta. La gente pasea en la relajada tibieza vespertina, el cielo no cree en imposibles, y solícito llena las humanas horas de accesible dicha. Las palomas entretanto se arrullan sobre la alta y amplia atalaya que forman las inclinadas luces de las farolas. El tiempo se desliza leve y discreto con detenido e inmóvil paso.

El crepúsculo llena las aguas y el firmamento de espléndido violeta, y desde el oeste va transformándose imperceptible en extensa y anaranjada luminosidad, dejando caer una abundante y cálida luz crema. Algunos parapentistas a motor se entregan, con sus alas de seda en ligero vuelo sobre la playa, a la búsqueda de ese grial de color evanescente y fugaz.

La noche llega apesadumbrada, sus sombras jamás podrán competir con el sortilegio de color al que desplazan. Pero en sus negros ojos profundos, el corazón encuentra la inagotable luz de las infinitas estrellas.

En la abierta dimensión sin límites de la noche eterna el corazón a sí mismo se encuentra.




© Acuario 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario