martes, 26 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 26 Martes


Ha nacido para la victoria pero ésta se demora. Sin fé en el corazón invisible de la mañana, el sol se pierde en los laberintos que el cielo lleno de nubarrones muestra. Dos pinceladas de luz no son nada para comenzar el día, una irrazonable pero suave oscuridad llena de tenue luz las aguas. El mar aún se mueve a grandes intervalos, sus lentas ondas remueven el iluminado verde de escondidas algas que viste la superficie de la ensenada, mientras el viento del norte despeina hacia atrás, soplando sobre ellas, a las blancas crestas de espumas de las olas, que se abaten sordamente, con lentitud majestuosa.

Hace un frío alegre, dinámico, travieso. En la lejanía del horizonte, la inesperada fisura del cielo expande sus límites, abriendo sus infinitas alas. Con incansables matices y mixturas de azul y gris las nubes deliran silenciosas. Las palmeras nada aguardan. El animado gorjeo de los gorriones proclama siempre su esperanza.

Es fácil vestirse de ropa y personajillo. ¿Que más se puede pedir a todos sino un dulce olvido? Por las mismas arenas que ayer el tiempo hizo ya distintas, hago y deshago el idéntico y siempre otro camino. Cada día un rostro muestra la vida, se disuelven y deshacen los afanes cansados, paso a paso el limpio vacío llena el corazón de nuevos espacios.

No te lo diré y no lo comprendo, bajo todos los secretos, contra todos los arcanos, aún te sigo buscando. Ocultos en esta bóveda de luz difusa y leve que el firmamento regala, los sueños ellos solos se alzan volando. Mientras, algunas gaviotas planean en la orilla con un vuelo bajo, gritan, graznan, con un lamento extraño, intermitente y rápido.

La lluvia anuncia el mediodía abriendo su pequeño tesoro de gotas radiantes, felices, pizpiretas. Sobre la playa se extiende una tranquila soledad húmeda, algunas palomas buscan un charco para bañarse, las nubes pasan despacio.

Por la tarde ocupo los huecos que encuentro revisando trabajos. Con festivas resonancias de sencillez viva, las palabras se cruzan y entrecruzan. Los cielos conceden chispeando una menuda lluvia, que apenas encuentra la posibilidad de mojar el paraguas. La ciudad enciende semáforos, farolas, levanta su martingala de luces, cuando inicio mi camino de vuelta diario.

La luna es sólo una fútil y confusa presencia blanca en una atmósfera de débil nubosidad desplegada sobre un mar que incesante muge, ruge, proclama su infinita gloria sobrehumana. La pálida e invicta divisa de las níveas espumas se esconde entre las sombras, mientras éstas se rodean de la sonora presencia inaudita de las olas.

Ausente y libre, también ella, la noche, ha traído consigo las palabras que silenciábamos, para que nazcan sin cansancio, sin olvido.

Agua de un cielo que hizo de la sed sus secretos y mínimos cambios.



© Acuario 2010




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