viernes, 29 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 29 Viernes


Mientras el horizonte estalla en la busqueda infinita de su propio artificio, el sol ya no dispone de más dilaciones. El firmamento vacío no puede habitar en su propio silencio y deslumbrado por tanta iridiscencia ha rendido ya sus celestes banderas.

Con su frio revoloteo el aire norte abraza gélido a la ciudad, y sobre las aguas de nuevo turquesas, con sus incesantes ráfagas escribe evocadoras endechas que, soplando continuamente, oculta y aleja.

La mañana iluminada y al mismo tiempo fresca es alegre, estimulante y llena de vida.

He dejado atrás las retrecherías nocturnas, y a cada paso un soplo de brisa. La secreta ausencia que emana de ti abre todas las distancias. Un ignorado sosiego ofrendas en el manantial de la luz esencial y perfecta.

Camino, arenas, palmeras, es en la magnificencia de estas matinales horas una simple excusa. La mente se ha situado fuera. Si ha de buscarte será en algún lugar detrás del tiempo, ha edificado sus batientes y contrafuertes en arcana dimensión, sus arbotantes se han elevado en impreciso vuelo. Sus sinapsis ya no se expresan en uncidos dramas de desdicha.

Pero el encuentro diario con el recuperado organigrama del colorido de la mañana es jubiloso y cierto. Las aguas retoman decididas una pureza insólita, el azul diáfano del cielo se hace tan irreal que parece haber enloquecido.

Hacia el mediodía la bahía comienza a llenarse de una inmensa e incontable bandada de gaviotas, posadas sobre las aguas. El tesoro del sol ha deshecho los fríos perfiles del aire, una cálida atmósfera se ha instalado en la playa. El espacio es otro, la ciudad la misma.

La tarde encuentra a las palmeras cargadas de razón, en su vida de inmóvil prisa. Mientras se desdoblan y olvidan uno a uno los personajes que alguna vez encontraron dentro lugar y presencia, voy también en la vespertina pausa de sus horas camino de mis tareas.

Cuando éstas terminan el crepúsculo baña de pálida claridad la atmósfera. Oculta en suave lividez, poco a poco la luna se asoma, rodando por la línea de los montes que cierran la ensenada. Alguien explosiona un petardo en la playa, y la enorme reunión de gaviotas huye asustada volando en perplejos circulos entrecruzados, sobre un horizonte de oscuro amarillo desvaneciéndose.

La noche pretende ser indescriptible y lo consigue. La luna abre un torrente de viejo y líquido estaño que cae sobre las negras aguas, y el viento lleva, a un lado y otro de la superficie marina en sombras, los apagados reflejos temblororosos que palpitan con enigmática vida. Las ocultas luces de África clarean sobre el confín del negro mar, mientras las estrellas titilan en la eternidad indescifrable del infinito.

Unas olas reducidas y tímidas, en la orilla murmuran apenas. El silogismo del viento, confuso, nada expresa.



© Acuario 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario