martes, 12 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 12 Martes


Desde el laminado horizonte lleno de encendido rojo el amanecer inicia una apoteosis de evanescente rosa, que se extiende de forma casi ilimitada, irreal y mágica sobre el delicado velo de nubosidad que espera al sol pacientemente. El mar pierde sus azules, las relajadas y amplias ondas que llegan a la playa se mueven en una superficie de tonos violaceos y púrpuras. Todo en rápida mutación termina en la leve densidad de un suave amarillo sobre el que estalla de inmediato un sol inmenso, gigantesco, entre la lejana bruma.

Las nubes siguen cubriendo el cielo, lentas y persistentes. Una luz tibia y crema inicia el día. La playa sumida en la limpia meditación de una soledad deífica, las arenas vacías. Ni siquiera el viento acude a llenar de rumor y olas las aguas. La mar calmosamente respira silenciosa, sólo un ligero flujo en la orilla que apenas sube y baja imperceptible, sin espumas.

Es la media mañana, cuando salgo con el paraguas de inevitable compañero. El camino es quizá hoy más solitario y sereno, bajo la sumisa luz apagada. Frío no hace al menos, aunque las distancias se llenan de grises espacios caprichosos, de ceniza aérea fugitiva y móvil. Han tomado todas las formas las nubes oscuras. Aunque cercanas al confín de la superficie marina, donde mantienen los ilegibles vestigios de un pálido crema.

El mediodía tiene un perfil soterrado, de luz de estaño, con una dimensión adormecida. El cielo es el denso oceáno de toda una policromía grisácea. El mar recupera matices de metal herrumbroso, de atezado verde cobrizo.

Una silenciosa y ligera llovizna inicia la tarde. La ciudad parece respirar sumida en alguna extraña duda. La escasa luz trastoca la posición de las horas, pareciera que ya termina el día.

Persiste el tímido aguacero cuando termino el trabajo. La luces de la ciudad comienzan a despertar de su apagado sueño. El asfalto húmedo muestra orgulloso su laberinto de espejos. Sobre ellos los faros de los coches pasan regalando rápidos brillos fugaces.

Al volver veo que en el mar las olas han crecido, se levantan turbias y opacas, la rompiente murmura incesante su salmodia de siglos.

La noche sobreviene sobre unas calles vacías, desangeladas, desnudas. Sobre unas arenas que ya nada esperan. El noroeste mece las palmeras, las despeina y zarandea.

En la orilla de la playa, entre las sombras, sólo la sonrisa blanca de las espumas permanece incólume.



© Acuario 2010

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