miércoles, 27 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 27 Miércoles


El leve murmullo de las gotas de lluvia preludian con suave cantilena las iniciales horas de la mañana. Apagada y oscura, bien cargada de nubes, ha ensombrecido con un renegrido y plomizo gris las agitadas aguas de la bahía. Las olas se despliegan irascibles y espumosas, incontenibles y coléricas. El horizonte se encierra en silogismos de sombras, comienza a venir, a la carrera y jadeando, una ventisca de levante. La tormenta se anuncia.

Me apresuro a tomar el camino de la playa, para poder dejarle algo a Piratilla. El viento comienza a ser frío, y la lluvia parece acudir intensa, en la distancia sólo hay velos de sombra y grisura. Como es natural, apenas hay atrevidos peatones que se arrojen a la desesperada contra el vendaval y el aguacero que se augura. Las palmeras inquietas, temerosas, se zarandean preocupadas e intranquilas. Los charcos y aguazales se extienden entregando sus humildes espejos de luz y de barro, que el intenso soplo del viento remueve y altera. El mar imponente y sobrecogedor, eleva sus aguas turbias y verdosas, retintas, y furioso las abate enojado con estruendo y retumbo sobre una atemorizada orilla, agitada en un revoltijo de espumas caóticas.

Afortunadamente la gata está acostumbrada a temporales y galernas, a torbellinos y huracanes incluso. Con un silbido se asoma del escondrijo, y se pone a comer tan tranquila, pese a que a escasa distancia la playa asediada por la borrasca se estremece indefensa. Las gaviotas asimismo, indiferentes, sobre las revueltas aguas suavemente planean impertérritas.

Hacia el mediodía el mar espumeando ha cubierto de un revuelto blanco casi toda la bahía, las olas chocan contra el espigón de levante y rechazadas por éste, maniobran en sentido inverso contra el frente de olas que continúa viniendo. Unas contra otras, las olas colisionan en mitad de la ensenada, elevando volcánicos surtidores de aturdidas e hirvientes espumas.

La tarde en el trabajo se me antoja un sereno oásis de calma, sólo el viento que sisea y hace temblequear los ventanales me recuerda de vez en cuando el protagonismo metereológico del día. Cuando termino, el firmamento se mantiene subsumido en la confusa red de nubes y sombras que la noche va acrecentando con decisión lenta e inamovible.

Ha cesado la lluvia y el levante ha cedido. Pero la playa es un continuo e incesante fragor de olas. La rompiente ha crecido, desde casi cien metros hasta la orilla vienen abatiéndose las aguas en blancos mantos burbujeantes, inquietos y ruidosos.

Sé que todo nos une, el silencio y aún la distancia. Por ello dejo libre mi palabra, y tampoco alterar quisiera el limpio torrente del que nacen las tuyas. Es así como abro mis manos, aguardando, desde la certeza, la eclosión última de una nueva tierra y un nuevo día.

Tal como la noche espera el alba.




© Acuario 2010

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