jueves, 3 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 3 Jueves


Escudriñando desde el horizonte con su solo ojo, cíclope de oro, aparece el sol sobre un horizonte constreñido, entre el mar satinado de sombreado azul y reflejos naranjas, y el techo de nubes y nimbos que ocupa todo el firmamento, que llega casi al confín de las aguas. Un resquicio que estalla de luz, que agota en breves instantes su fuego. Una aparición fugaz que deja a la mañana desorientada, inerme, ante el viento norte, de nuevo empujando y arrastrando sobre la ciudad y su mar la oscura presencia de un manto de nubarrones no del todo cerrados y negros.

La playa dormida no se da cuenta de nada, algunas olas del poniente de ayer llegan e intentan llenar con sus ligeras espumas de efímera nieve la orilla vacía. Hoy los muelles se presentan desnudos, la pesada arquitectura de hormigón inmóvil en silencio añorando la compañía de algún navío. La mañana comienza algo fría, pero no consigue serlo del todo. Las nubes no se cierran por completo, su baluarte se rasga en abiertas troneras por las que la luz solar cae como focos sobre las aguas llenándolas de color y vida. Líquidos islotes de esmeralda iluminada entre móviles cobaltos sin luz oscurecidos.

Así ganando sol y otras perdiéndolo el camino decide seguir fiel a sí mismo, construye su distancia como puede, y la ofrece igual que siempre a todo el mundo. Las palmeras le acompañan en su intento renovado cada día de alcanzar su destino. El mar algún ánimo quiere ofrecerle hoy con el incesante rumor de su escaso y discreto pero al menos recobrado oleaje.

No termina de abrirse el día, gana fuerza el ventarrón, el mar duda entre sus azules bajo la sombra de los nimbos, o los decididos verdes que el sol cuando alcanza su superficie le ofrece. Entretanto las gaviotas se lo han pensado, han dejado de volar, y se protegen del viento posándose y flotando en la bahía al resguardo del insistente aire norteño. Sólo un pescador con sus cañas en la playa, ningún bañista, nadie se atreve con un día con el calor racionado e indeciso.

Cuando voy para el trabajo, sobre la rada del puerto el sol dibuja toda una cascada de reflejos. Las aguas se hacen metálicas y llenas de bullentes destellos. Al salir ya terminadas mis ocupaciones, la tarde agota sus luces tapizando de rosas y rojos las orondas panzas de los nimbos. El viento ha cedido.

La noche es casi abierta, y bien fría. Una nube tan sólo, que se ha quedado perdida sin rumbo. La luna se ha puesto tras ella, y ha comenzado con sus mágicos pinceles de plata, a pintar de luz sus perfiles pero estos no paran de moverse y nunca se quedan en su sitio. Al final la luna se asoma y parece mirar a la nube medio enfadada. Pero no es tal, indiferente y gélida, sabia y lúcida, deja a todos decidir por sí mismos.

Una estrella a su lado no sabe esta noche qué vestido ponerse, azul, rojo, amarillo, y venga, sigue brillando, sin decidirse por ninguno,..... rojo, amarillo, azul,.... o mejor rojo,..... no mejor amarillo.




© Acuario 2009

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