jueves, 24 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 24 Jueves

NOCHEBUENA



Bajo una indecisa luz la mañana quiere esconder sin conseguirlo el incontenible raudal de lluvia que vela el horizonte, que ocluye en una sola dimensión opaca y plomiza al inquieto mar y al túrbido cielo. Cae el agua mansamente, sin viento apenas, un ligero poniente. La playa ha desaparecido bajo el inmenso charcal que en plateados aliviaderos corre sobre las arenas buscando la ribera marina apenas sin olas, cansada, sumida en resignada soledad, en oscuro abandono.

Esperar, no hay otra cosa que hacer, prolongar el desayuno tranquilamente, mientras el cifrado rumor incesante del chaparrón murmura una cantilena oculta, rezonga una admonición íntima y secreta. Entretanto el cielo muestra ufano en miles de formas y volúmenes toda su habilidad con el blanco y el gris en pinceladas móviles e inquietas que nunca termina de perfilar, siempre en interminable movimiento el travieso océano nuboso que ocupa todo el firmamento.

Hacia el mediodía se va calmando el aguacero, lo que me anima a salir un rato, pero sin apremio. Hay muy pocos peatones, ni un sitio sin un charco, pero no hace ningún frío. Se respira un aire distinto, la vegetación está exultante, el césped reluce esponjoso y vivaracho. No falta algún gorrión con apetito, una miga es para cualquiera de ellos todo un día de abierta felicidad y regocijo. No me muevo del barrio, dos compras, un silbido para llamar a la gata todavía sin asomar por su gatera del taller vacío del fontanero y dejarle algo, eso es todo.

Al comienzo de la tarde, primero tímidamente, luego con plena resolución el sol toma el mando. Se asoma a mirar y secar una playa abatida, distinta. El mar ha ido tomando el color ocre que las torrenteras le han ido llevando. Ha mezclado su verde ceniza con el ámbar rojizo de la tierra, su velada paleta hoy muestra un entramado de tonos peculiares, su azul ha desaparecido.

Aprovecho esas horas soleadas para pasear por el camino de arenas, ahora más transitable y seco. Piratilla sale bien mojada todavía de un agujero del muro, y con buen apetito. El ligero viento trae los aromas de las revueltas aguas marinas, la orilla barrida por un oleaje de poniente se llena de inquietas espumas.

Anochece con serenidad tranquila. El cielo muestra una media luna perfecta. Las nubes se han ido retirando, dejando una noche de limpios luceros despiertos. El mar cadencioso va y viene entre las sombras sonriendo con blanca alegría a la arena aún húmeda, murmurando con sigiloso júbilo una desconocida noticia.

La que va anunciando desde oriente una nueva y radiante estrella.



© Acuario 2009

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