viernes, 18 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 18 Viernes



Amanecer no es cosa sencilla hoy, bien cargado el horizonte de nubes. Así pues el rojo enfado del sol se alza incontenible tras los resquicios que a duras penas encuentra, llenando de matices púrpuras al líquido azul sombrío del mar en estas primeras horas de la mañana.

En breves instantes todo ese alarde cromático cesa y se apaga como gris rescoldo en un aéreo piélago de nubosidad blanquecina. Una luz indecisa y oscura se desploma sobre la ciudad, mientras lastimera alguna gota resbala como oculta llovizna.

Apenas hay viento, un levante imperceptible que sólo roza la superficie de las aguas, acariciando a un mediterráneo sin olas que únicamente alcanza a chapotear silencioso en la orilla. No hace frío, nada más que humedad, quizá ligeramente fresca.

Poner el pié en la calle, y animarse a llover es todo uno. Pero a Vicky y a mí no nos importa. La callejera gata acaba su desayuno con rápido apetito, y con el paraguas abierto ya pueden caer chuzos de punta, que no me importa demasiado terminar empapado o, como decimos en habla andaluza, pingueando.

No sólo hay que sortear los charcos y los salpicones del tráfico en la calle, y además atender a la animada lluvia, sino también cuidarse de los aspersores de los parterres, ¡ funcionando ! , que asperjan y riegan a quien cerca de ellos inadvertido pasa. Vamos, hoy es día de agua, ¡ por todos lados !.

Así pues rodeando aguazales y esquivando camuflados atascaderos de fango me adentro en el camino de arenas de la playa. Una alegre actividad pese a todo que, aunque pueda parecer insólito, me divierte y me pone de excelente humor. El aguacero cede un poco al llegar a la altura del escondrijo de Piratilla, lo que me permite dejarle dentro algo de comida con facilidad.

La playa vacía, oscura, escoltada por las palmeras casi en sombras, con sus troncos oscuros y aguachinados. El mar es un revoltijo opaco, las distancias se velan con la fina neblina que la lluvia imita, las gotas cayendo sobre la superficie marina dan a ésta un aspecto esméril mientras que hacen burbujear a las charcas formadas en el sendero.

Justo a la hora de salir por la tarde hacia el trabajo comienza a caer un turbión incontenible, un pletórico chaparrón como cortina de agua que oscurece de forma súbita la escasa luz que los nubarrones dejan llegar. Afortunadamente es cosa de sólo unos minutos, y logro aprovechar la tregua y llegar indemne a las obligaciones que me esperan.

Cuando termino mis ocupaciones, el cielo está casi despejado, un velo blanquecino azulenco que se va oscureciendo por momentos, mientras las gaviotas en inmenso número planean cerca del puerto. En sus aguas, detenidas, inmóviles, se entrenan varios piragüistas, dejando surcos azules sobre el espejo de la ensenada que el crepúsculo colorea de apagado ámbar.

Comienza a ser fría la noche, el aire estático y húmedo se llena de la nostalgia de las sombras, de la ausencia de caminos para unas estrellas, ignoradas por un cielo que de nuevo gotea. El mar está feliz, con la lluvia parece recuperar su olvidada infancia, cuando nació entre arroyos que nadie conoce allí en los oteros perdidos.




© Acuario 2009

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