sábado, 5 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 5 Sábado


El nuevo día se abre bajo el signo de la lucha incesante. El cálido, excelso sol totalmente dueño del cielo y el contínuo y acerbo viento, frío norte, intenso y obstinado. El mar asiste con un sosegado turquesa a la confrontación iniciada desde las primeras horas del alba hoy naciendo con un
ensombrecido naranja que lentamente se ilumina hasta el dorado cítrico limón. En la orilla de la playa sin olas, todo es un ausente rumor sin espumas. Las inmóviles aguas apenas conservan el recuerdo del blanco empuje sonoro del oleaje que una vez tuvieron.

La soledad extiende su ausencia bajo la frialdad de la mañana. El cielo esconde todas sus nubes bajo un infinito azul electrizado.

Animados por la baja temperatura, sólo los escasos corredores que por el camino pasan, mientras las aves agradecidas a la luz, a la vida, irrumpen llenando el aire con su cántico ilusionado , iluminando con el misterio de sus trinos el regalo que el tiempo cada día ofrenda.

No me apresuro en salir, lo hago más tarde, a la hora en que el pulso del sol va ganando posiciones al molesto ventarrón, cuando la mañana se va templando, acompañado ya de cierta afluencia de peatones y viandantes en el camino. Las palmeras cimbreadas, agitadas por el aire, protestan con el continuo rumor del revuelo de sus palmas. El infinito cristal de la atmósfera abre todas las distancias. Ilimitadamente el horizonte se muestra sin velos, suaves y azules se presentan las montañas que cierran la bahía.

Al mediodía el viento rola a poniente, comienza a percibirse el hálito oceánico, atlántico. Inexpresable y fresca vibración que el aire transporta, bajo el calor ya abierto de las soleadas horas centrales del día. Algunos bañistas atrevidos incluso se bañan, los más sestean en las cálidas arenas.

La tarde extiende blandamente sus horas felices, los niños juegan en los columpios y deslizaderos de la playa. Frente a mí hay uno que semeja un galeón hundido. Con la popa atrás, una especie de mástil central con una atalaya, y delante la proa, que para divertirse incluye un tobogán. Un feliz hallazgo para muchos chavales, que vienen corriendo en cuanto lo ven, a subirse y deslizarse por sus rampas.

Anunciando ya el crepúsculo se extiende sobre el mar una ancha franja violeta. Por encima de ésta, rosa y amarillo, y debajo, tocando ya el confín de las aguas, azul grisáceo. Empieza a entrar viento de levante, que juega a destrenzar la fumarola del crucero atracado en el muelle. El mar se ensombrece lentamente, se hace denso, profundo, oscuro. Hacia el oeste sobre la ciudad el firmamento se incendia con arrebatado y aéreo amarillo rojizo.

Con los cambios de viento, hay de nuevo oleaje en la playa, y cuando llega la noche, investida de inquietas estrellas, el mar orgulloso muestra el blanco rumor de sus olas y espumas.

Como mágicos y líquidos fragmentos olvidados en el agua por la luna, que ahora decreciente, cree la pobre que se le han caído.




© Acuario 2009



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