miércoles, 2 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 2 Miércoles



Él es la mañana, sin nada que se le oponga, sin nubes que lo distraigan, apenas el horizonte se nimba de una ilimitada cenefa de encendido color naranja, eclosiona en breves instantes, primero tímido, mas luego desenfrenado, y acaso tal vez quizá concupiscente. Él lo es todo, a nadie mira, y sobre todos estalla incontenible. Sol que construye el día, que llena de luz y calor estas primeras horas aún frescas y solitarias, que se asoma a una playa vacía, sobre el mar quieto, líquida e inmóvil lámina azul dormida.

Ha cesado el viento. Las palmeras reposan agradecidas. En la lejanía, acercándose, blanca gaviota que navega, el buque que viene hacia el puerto cada día, que desde Melilla ha zarpado, trayendo aún con él la madrugada y jirones de la pasada noche. Mientras, sobrevolando incansables la bahía, las bandadas de aves dibujan sus perfiles sobre el fúlgido, vivo celeste del cielo vacío.

Cuando salgo, Vicky, la gata del fontanero está esperándome en los parterres. Como recuerda que siempre llevo alguna latita en el bolsillo, y seguro que le ha faltado el desayuno, sabe buscar algún amigo que se lo proporcione. La calle está animada, soleada, sin frío, andar es alegre bajo la luz radiante, el firmamento vibrando con una diáfana transparencia, el aire evanescente y límpido. El camino en la playa se ofrece abierto y cálido, el mar ostenta diversos cobaltos, verdiazules serenos, sin olas, detenido, casi en paz consigo mismo. Las palmeras han renovado el color de sus apagadas palmas, lucen espléndidas recortadas en el insondable celeste profundo que muestra la vibrante bóveda aérea sobre la ciudad y el Mediterráneo.

Hacia el mediodía acuden algunos delgados nimbos, que juegan y velan en ocasiones de forma ligera el atronador destello del sol sobre las aguas, que consiguen al frenar apenas el exceso de luz solar una iridiscente y líquida plata vieja sobre la superficie marina. Un balandro ligero ha echado el ancla, y se balancea flotando o levitando sobre un pequeño remanso de inquietos luceros argénticos. Un poniente suave comienza a traer a la playa lentas olas escasas y sesgadas y unas mínimas espumas blancas rumorosas en la orilla.

La tarde es un remanso templado, una extraviada primavera que nos visita en diciembre. Cuando termino mi trabajo, las escasas nubes toman un color salmón por el oeste, que sobre la ensenada del puerto, ya más tarde, han virado a rojo fuego.

A la luna le encantan estas nubes que hoy la rodean, ligeras, que la esconden sutilmente, a las que ella ilumina con su lenta luz sabia y antigua, que la hacen más bella y asombrosa. Una luna completa, inmensa, que baña con su misterio a las aguas a sus pies ya oscureciendo.

Un paquebote de pasajeros iluminado por completo en la negrura de la noche, con todas las luces de camarotes a todo lo largo y ancho de sus amuras, es el inusitado contraste frente a la escasa y única luz de un fanal, meciéndose, del pequeño balandro al otro lado del muelle frente a la orilla.

Como una pequeña estrella que hubiera caído del oscuro firmamento.




© Acuario 2009

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