jueves, 17 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 17 Jueves



Pese al pálido y delgado velo de nubes el sol con suave impulso inicia la mañana. La playa está aún húmeda y sus arenas oscurecidas por la lluvia de ayer. Un renovado y limpio aspecto se extiende por las calles. El aire es agradablemente fresco, no hace frío. Apenas un ligero viento septentrional riza la superficie marina, llena de oscuros azules y profundos cobaltos. Los reflejos del cielo sobre las aguas dibujan un delicado azogue líquido de plateado estaño, que vivaquea tembloroso movido al capricho de la brisa.

Apenas movido por una mayestática lentitud va ganando calor el día, el cielo se lamina en suaves bandas alargadas de nubosidad cremosa y ámbar que acompañan y sobrevuelan en toda su extensión al horizonte. El mar irradia calma, parece habitar en un éxtasis íntimo respirando silencioso sin apenas olas en la orilla. Han atracado varios cruceros, con bandera italiana a popa, que el nororeste hace tremolar con reposada levedad.

Con la agradable sensación de estrenar la iluminada y tibia mañana, inicio mi camino diario. La ciudad todavía envuelta en el renovado aire que la lluvia trajo, las arenas recuperando al secarse su dorada apariencia. Bajo la luz creciente de la mañana, las palmeras se muestran jubilosas, distintas, únicas y ellas también nuevas.

Al mediodía el sol ha ganado la partida, como espléndido as de oros luce sonriente y feliz, desbordando a una urbe sobrecogida y entregada a su cálido abrazo. El cielo se muestra limpio, un blanquecino azul ilimitado abre pausadamente la tarde. El césped de los parterres parece necesitar un cartel que diga: recien pintado.

Cuando termino mi trabajo veo sobre el camino de vuelta, en las cercanías del puerto, planear casi inmóviles a una bandada de gaviotas. Mientras vuelan y se alejan algunas de repente gritan y chillan un acompasado lamento que se pierde en la distancia.

La noche se abre inesperadamente. Un inmenso vacío de sombras se hace dueño de una playa abandonada, en el horizonte hay algunas luces que se pierden en la distancia.

El mar, bajo una plenitud de estrellas, indiferente a todo, llena la orilla con una inmensa sonrisa blanca de espumas mientras canturrea, mientras murmura en voz baja una líquida cantinela que el infinito le enseña.




© Acuario 2009

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