viernes, 25 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 25 Viernes

PASCUA DE NAVIDAD


Hoy el sol se lleva una sorpresa, no encuentra ni una nube. Es suyo todo el amanecer, los charcos que por todas partes aún quedan, las bien empapadas y oscuras palmeras. Toda la vacía soledad de la playa, el viento detenido, la ciudad aún dormida. El festivo concierto de gorjeos y trinos lo recibe alegre frente a un horizonte bien dibujado, sin brumas. La mañana comienza a entibiarse, el aire es húmedo, renovado, agradablemente fresco.

Tomando el sol y el desayuno dejo a Vicky, mientras comienzo a disfrutar de un paseo matinal por un camino al menos transitable, pero andándolo con cierto cuidado, sin despistarse demasiado mirando el suave verde luminoso del mar, quieto, sereno, callado sin olas. Apenas un tranquilo vaiven en la orilla silenciosa.

Hoy con el día despejado se ven corredores de un lado a otro, arriba y abajo, corriendo con ganas. Pero el cielo a media mañana comienza a velarse lentamente. Una delgada y fina nubosidad avanza de oeste a este, como una cortina que fuera cerrándose suavemente. De inofensivo aspecto inicial, con el mediodía empieza a mostrar sus intenciones, a caer una fina llovizna, ya desde un firmamento cargado de uniformes y densos grises.

La tarde es toda una amalgama de agua sobre agua, cayendo despaciosa, tranquila, borrando toda la lejanía en una indefinida bruma. El mar se hace oscuro estaño sucio y líquido, lleno de ocres ligeros, sobre un verde ahora apagado sin brillo. El rumor de la lluvia extiende su misterio solitario y oculto por un inmenso campo de soledad. Nadie pasa, la calle y la playa es oscuridad vacía.

Anochece con una lentitud imperceptible. En la playa se ven los surcos y meandros que la precipitación ha ido formando para llevar el agua caída hasta la orilla. El reflejo de las luces de la ciudad en la base de las nubes las reviste de un anaranjado ceniza. En la bahía apenas visibles, las señales luminosas de tres navíos, ignorados por las sombras, embozados en el persistente aguacero.

La lluvia murmura sin pausa, las gotas tamborilean cadenciosas, cuchicheando ininterrumpidas en animosa y acuática habladuría nocturna, en un idioma que habla de todos los tiempos. De todos los hombres y de sus sueños infinitos.




© Acuario 2009

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