martes, 29 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 29 Martes


Como una infinita sonrisa de oro se inicia el día. Sobre el confín de las aguas llenas todavía de la oscuridad de la noche, un aúreo friso se despliega entre el mar y la extensa nubosidad que intenta alcanzar el horizonte sin conseguir cerrarlo. Es suficiente esa delgada fisura para transmutar con iluminados reflejos de amarillo líquido toda la superficie marina, quieta, levemente estremecida por un imperceptible oleaje. El cielo lleno de ceniza, el mar enjoyado de la alegría del sol que llega.

El aurúspice hacedor de tanto sortilegio exhibe completo su poderío de astro rey sólo por unos instantes, y un mágico camino de fuego, un cetro ardiente toca y alcanza la solitaria orilla de la playa. En breves momentos el ensalmo se transforma, el sol asciende tras las nubes y se oculta. El amanecer recibe ahora toda su luz sólo de las radiantes y doradas aguas.

Ante ese desafío nuboso ocupando el firmamento, con el paraguas en ristre me pongo en marcha. La completa soledad de la playa me acompaña, el mar calla mientras la bahía ilumina la base de las nubes, mostrando sus abombados vientres oscuros, pincelándolos ahora de pálida crema. Las palmeras se sumergen en una somnolencia placentera. El camino se abre y dilata, prolongándose sin prisa.

Cuando vuelvo el cielo está casi despejado, el sol ha tomado la iniciativa, el paraguas es un trasto y sobra la mitad de la ropa. Me detengo por un rato a la invernal buena sombra de un cartel, sobre el pretil del muro que cierra la playa. El verde espléndido y limpio de las palmas ostenta una oculta ternura. Sobre ellas el azul renovado de la bóveda celeste entreabierta.

Hacia el mediodía el mar se llena de diversos cromatismos, bajo las nubes muestra un cobalto oscuro, con la luz solar a pleno, luminoso turquesa. En la ribera un tronco renegrido y abandonado por las aguas, apenas mecido por un escaso reflujo marino.

La tarde es tibia, extensa, relajada y sincera. Sin artificio alguno, sólo dice lo que piensa. Pero como no hace viento, sus palabras no alzan el vuelo, y quedan escritas para siempre en un silencio infinito. Una barca va pescando cerca.

El crepúsculo es una diáfana amalgama de gris y rosa, que sobre el azul del agua se transfigura en inmóvil violeta. La luna ha venido pronto, casi redonda, casi llena. Los brazos de la bahía comienzan a encender sus estrellas en tierra.

Los luceros se esconden entre los deshilachados pliegues de alguna nube que ha olvidado su rumbo enamorada de la noche.




© Acuario 2009

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