domingo, 6 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 6 Domingo


Asomado en los perfiles del sueño, veo a la mañana ofreciendo su espacio al solitario y rojo disco solar. La bahía pronta a extenderse a sus pies en un silencio azul, aún penetrado de la oscuridad de la madrugada. Totalmente llena de soledad la playa, la arena espera confiada el calor solar. Indeciso y escaso viento noroeste, amablemente acuna las hojas de las palmeras. El cielo ha extraviado todas las nubes, llega con los bolsillos vacíos pero dispuesto a fascinar con la completa extensión única de su color infinito.

No hay rumores o apenas en la orilla de un mar que ha olvidado serlo. Extiende sus aguas apagadas y quietas, dormidas, invitando a recorrer sobre ellas todos los caminos. Líquido zafiro iluminándose con el oro engastado del sol que lo recorre desde el horizonte hasta la playa. La cantarina población de avecillas, ya despierta, celebra un nuevo día.

Cuando han transcurrido varias horas de la mañana y la temperatura ha ganado templanza, es el momento de incorporarme a un paseo repleto casi de viandantes, peatones, corredores, ciclistas, fauna diversa y feliz en esta jornada de domingo. Ausentes todos de ocupaciones, el pasear se hace él sólo secreta alegría. Casi en cuanto llego, Piratilla sale de su agujero y se tumba al sol a mi lado mientras le pongo dentro nueva comida. La mañana es un derroche de luz, suavemente cálida, de una limpia y completa transparencia. El horizonte parece recién dibujado, con su perfil preciso, sin brumas, el cielo nos regala un azul tan bello que nadie es capaz de comprenderlo.

Al mediodía comienza un suave viento del este, el mar comienza a recuperar cierto movimiento y vida, se animan algunas olas mínimas que terminan llegando a la orilla. La playa ofreciendo su calor es suficiente para llenarse de gente, aunque no de bañistas. La chiquillería y sus mascotas juegan y corretean de un lado a otro.

La tarde es dorada, se extiende casi sin límites con una suave luz templada, que baña de cálido oro a la ciudad. Con el crepúsculo el mar comienza a bañar su oscuro cobalto de vetas de líquida plata, y poco a poco el cielo se hace rosa y violeta, y las aguas se transforman en una precisa amatista iluminada.

Con las próximas fiestas se han instalado a todo lo largo de la avenida del parque tenderetes vendiendo quincalla, objetos de regalos, marroquinería, figuritas y objetos para instalar belenes, chucherías y también petardos. El silencio habitual rumoroso de olas se llena del estruendo incesante de triquitraques, bengalas, cohetes. La playa se hace lugar adecuado para explosionar y encender toda esa festiva parafernalia ruidosa.

Las estrellas asombradas, no saben quienes son esas congéneres suyas tan estrepitosas, de dónde han caído todas esas luces que destellan y detonan con tanto estruendo.





© Acuario 2009

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