miércoles, 23 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Con la nueva estación primaveral, todo se despliega holgadamente, peatones incluidos que encuentran en las suaves temperaturas nuevos incentivos para acudir temprano a sus actividades, aún en sábado, como es hoy. Es agradable callejear sin frío, una mañana soleada y con una inicial y confusa neblina marina, que el sol diluye imperioso en el transcurso de las primeras horas del día.

Por todo ello, hay una mayor afluencia de viandantes, incluso en la playa, agotada por el invierno, que poco a poco recupera cierta ocupación, pese al destrozo que los camiones han dejado en el camino que la recorre por encima a lo largo de su orilla. El mar sostiene como puede un viento de tierra que le da aspecto de lago inmenso, que dibuja cotas de malla huyendo y desplazándose hacia el horizonte y en todas direcciones. Las palmeras se mecen y oscilan, como si amodorradas aún por una mala noche dieran cabezadas somnolientas.

Como no hay ruidos que asusten a Piratilla, hoy está aguerrida y fiera. Tras su comida, un perro de aguas suelto se le acerca ladrándole, y con arrojo y valentía, la gata se enfrenta a sus ladridos con una buena andanada de agresivos bufidos que detiene de inmediato la atrevida intromisión del sabueso, amedrentándole ella finalmente victoriosa.

Dejo la compra del día en casa, y pongo en marcha mi vehículo hacia Pizarra, tengo que resolver un error en la carta perforada de medición de la 300B en el Funke, un aparato de calibración de la capacidad útil remanente de las válvulas de vacío. El paisaje de colinas suaves enmarcadas en un semicirculo de montañas azuladas por la distancia está lleno de verde hierba, con intensa floración espontánea. Hay azahar en las huertas de limoneros y naranjos que aparecen entre las pequeñas edificaciones. Algunos mulos trabados pero sueltos comen en los pastizales llenos margaritas blancas.

Pizarra es un pueblo asentado en la falda de una montaña, lo dejo a mi derecha, y ya estoy en la casa de mi amigo. Nos ponemos a intentar medir y resolver la correción necesaria de la carta perforada de forma equívoca. Y con habilidad suya, que no mía, lo consigue, y corregimos el error de medida.

Cuando vuelvo, hay intenso tráfico, que consigo eludir prontamente. En pocos momentos estoy dejando de nuevo el coche en el garaje.
La tarde es una invitacion a sestear plácidamente. Reinicio la lectura de la biografía del padre de Isabel II, y a poco debo suspender la lectura. El sueño me ofrece todo su afectuoso abrazo, duermo tranquilo un buen rato.

Al salir a la calle a pasear, Pitufa reclama mi atención, saliendo debajo de un seto, con un maullido prolongado y quebrado, que proclama su vejez. Hay que llamar al Susanito con dos o tres silbidos, y a poco aparece resuelto, contento, confiado, chispeante. Una merienda-cena felina, que aceptan con buen apetito.

De vuelta a casa, instalo lo mejor de lo mejor, las mejores válvulas, y dejo a Brahms cerrar la tarde. Las sonatas de violoncello y piano, Rostropovich en las cuerdas, al piano Rudolf Serkin. La marcada interpretación de sesgo romántico es la mejor versión para ese amable sueño brahmsiano apasionado y sensible de sus sonatas.

La tarde cede a la noche su lugar. Espléndida, también en vacaciones, ligera de equipaje. Se ha olvidado el bañador, pero me dice no importarle, que en la madrugada no hay nadie en la playa, y el mar y las estrellas saben admirar su belleza en respetuoso silencio.



15 Marzo 2008
© Acuario 2009




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