viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO


SEPTIEMBRE 4 Viernes



Con lenta determinación el viento ha comenzado ya a media mañana a soplar del oeste. Trae esa presencia fresca aunque hoy algo atenuada que la mañana agradece, bajo el dorado sol reclinado y oblicuo de septiembre.

Con el trajín de andar de un lado a otro, en verano siempre se vuelve algo acalorado, la abierta perspectiva de un buen baño en el mar es todo un regalo. Y cuando estoy por fin a remojo, entre brazada y brazada, cinco helicópteros en formación cerrada aparecen sobre la bahía, y comienzan a practicar ruidosos y complejos ejercicios acrobáticos, a sólo escasos cincuenta metros de la superficie marina, no del todo tranquilizadores sobre mi cabeza.

En esas estamos ellos y yo más de una hora, cuando termino por recoger velas, y al mando de la caña del timón me encamino a la orilla, vamos, que me pongo a nadar ya de vuelta.

Los autogiros se van como vinieron, en formación cerrada, casi marcando el paso con su sonoro batir de hélices.
El silencio es de nuevo agradablemente acariciado por el rumor de las olas.

Pero sólo por breves momentos. Un poderoso cazarreactor pasa rugiendo y arrojando todos los decibelios del mundo por su llameante tobera a una altura del mar casi inexistente. El ruido estremecedor espanta a todas las palomas de los alrededores, que inician un vuelo de ciega huída en bandadas inconexas. Si había además alguna gaviota, ésta ha decidido también buscar otras aguas y otros aires por hoy y de momento. Al parecer dentro de dos días se celebra el ............ ¡¡ primer festival aéreo !!... sobre la ciudad, evento indispensable para mejorar su nivel de contaminación acústica, y de paso la seguridad de los edificios bajo las sutiles acrobacias de los valientes y kamikazes pilotos. Tras un buen rato de pasadas y repasadas de un lado a otro sobre nuestros zarandeados oídos, el aire marino queda agradablemente impregnado de un conveniente olor a queroseno.

A la hora de la siesta, nueva tanda de ejercicios de vuelo rasante, atronante, y espeluznante.

La tarde asustada, tarda en acudir, asoma un ojo, y mira tras el quicio de la puerta entreabierta del tiempo.
Mas la brisa de poniente acaba por tranquilizarla, y todo vuelve a ser una ciudad sin ensordecedoras piruetas ni cabriolas aéreas, sin intentos de roturas de tímpanos.

Pero ¡ ay !, sólo de momento.



© Acuario 2009

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