miércoles, 9 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Con plena resolución, la mañana se inicia. Su dorada claridad recubre fascinante la importuna realidad cotidiana.

Las alargadas sombras de las palmeras se pierden por las calles, se proyectan sobre las fachadas de los edificios buscando un escondrijo entre balcones y persianas. El barrio se despereza calmosamente, en los escasos bares abiertos las terrazas al sol ofrecen el desayuno.

Las metálicas aceiteras sobre las mesas brillan al sol con la renovada luz de la mañana.

Hay grupos conversando sentados alrededor de los veladores, sobre éstos humean las tazas de cafe, mientras a su lado las tostadas sobre los platos se tienden indolentes.

A veces un coche pasa sin prisa buscando el hueco donde aparcar. El guardacoches anda arriba y abajo, señalando el sitio si lo hay para el que llega.

Los gorriones acuden con presteza a las migas que les ofrezco sobre la hierba entre la vegetación. A veces con un pequeño y alegre gorjeo al alzar el vuelo con su blanca migaja, parecen decir gracias.

Solo hay animación en la travesía llena de coches, a toda pastilla, a mi izquierda. La mar a mi derecha esta aún dormida. Permanece en calma, ni una ola acude a susurrar y rumorear al oido de la arena en la orilla.

Animosamente el camino me invita, el andar a esa temprana hora se ha hecho un hábito deseado para mí. Sobre el cielo abriéndose no acude ni una nube caprichosa. Todo parece respirar un aire despejado, límpido, sereno.

Hoy cocido. En casa siempre se quejan de que la enorme olla a vapor se llena en demasía con tantas cosas que traigo. Kinito y yo al terminar de comer, quedamos ahítos. La siesta se hace casi imprescindible luego.

Hoy la sorpresa acude en la forma de una goleta con bandera noruega. Su noble casco de madera ensamblada, alcanza una eslora de casi quince metros. Sus dos altos mástiles soportan un velamen recogido cuidadosamente. Una pareja de marineros se atarean en limpiar la cubierta. Asoma la hélice de un motor auxiliar bajo las aguas verdes y coloidales de la rada del puerto. Una bandada de peces han acudido a curiosearla.

El trabajo termina, y la tarde aún flamea de luz, aunque con meláncolica mirada. En el incesante batiburrillo de la céntrica confitería hay que alzar la voz para entenderse con la encargada, pero la tarta Sacher queda pendiente para recoger en la mañana del dia 10, domingo. Cuando vuelvo por el parque los mirlos se silban unos a otros desde miles de sitios.

No me he olvidado de ti, querida noche amable, le digo mientras nos sonreimos mutuamente. Un destello peculiar brilla en sus oscuras pupilas. A su lado las estrellas juegan.

La luna se hace esperar, pero acude finalmente a mirarse en las aguas quietas. Se ha traído sus mágicos pinceles y comienza a pintar espejeantes luceros en la negra superficie húmeda.




5 Febrero 2008
© Acuario 2009

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