jueves, 17 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 17 Jueves


Al salir del zaguán y pisar el umbral de la puerta de mi edificio me recibe una alegre llovizna que me obliga a volver sobre mis pasos y buscar el necesario paraguas.

El día comenzó soleado, pero en bien poco tiempo, el viento del oeste trajo una confusa nubosidad que me ha espurreado encima nada más verme salir de casa.

Pertrechado de una adecuada protección pluvial me adentro en una playa húmeda y vacía. Solo las encogidas palomas en escasos grupos ocupan el arenal desnudo y solitario, bajo una plomiza luz zarandeada en ocasiones por un caprichoso poniente.

Entre la arenisca y el barro hay que buscar el camino, los perseverantes y habituales corredores inasequibles al desaliento con los que me cruzo y yo, que voy más despacio, caminando como puedo para no meter la pata en algún charco, aunque eso sí, animado, a mi aire y a mi contento.

El cielo movedizo pronto comienza a abrirse y hacia la mitad de la mañana refulge de nuevo el sol luminoso, que se encarga de hacer soportable el más que decidido viento. Un mar grisazul, bullente y vivo, que estrena nuevos azules bajo la llegada de la abierta luz del mediodía.

A la tarde, ya vencida casi, cuando vuelvo andando por el parque mecido por el aire, el rumor de la arboleda, el murmullo de las hojas de los prominentes plátanos de indias se mezcla con el bullicio del tráfico, con la festiva algarabía de las aves despidiendo el día.

La ensenada del puerto hoy sin buques, se agita con unas excitadas aguas que la persistente ventisca aviva y espolea. El plateado azogue del crepúsculo ha desaparecido de la inquieta superficie de la rada.

Las despeinadas palmeras, no cejan de agitarse. Ni la orilla de la playa, batida por la blanca espuma que la recorre.

Solo detenidos y quietos los pescadores con sus sedales, esperando a que venga la noche, o a que, ¡ por fin !, los peces piquen.




© Acuario 2009

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