viernes, 18 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 18 Viernes


Cinco segundos tarda la esfera solar en emerger completamente. El nuevo día se anuncia con la mejor de las expectativas, prosigue el régimen de vientos de poniente, pero sin prisas, tomándose la vida con calma, dejando a la mañana desperezarse tranquilamente.

Al puerto continúan llegando cruceros que amarran en los diques de levante y refulgen bajo la dorada luz del amanecer. Hoy no cabe uno más. Asomados a la ciudad, al horizonte, semejan expectantes observadores del trascurrir indolente del tiempo bajo el cielo abierto y azul.

Ante estas perspectivas, la playa recibe una afluencia inusitada de bañistas. El agua centellea bajo la mirada del sol relajado y desenvuelto. Las gentes recuperan un aire estival, el colorido de las toallas y sombrillas se extiende por la arena.

Pero al mediodía todo se acaba de improviso, el sol se nubla, las nubes se hacen amenazantes, el viento de poniente barre la playa, y los bañistas recogen apresurados sus pertenencias casi al momento. No queda apenas nadie. Debe ser que el recuerdo aún vivo de la tromba de agua de anteayer les impele a tomar precauciones sin demora. Todo queda solitario y abandonado al pronto.

Media hora después, como si fuera una broma, la luz es absoluta y abierto el horizonte sobre las aguas. El caprichoso tiempo ha dejado de nuevo, por antojo, solitaria la ribera marina, como ayer estuvo. El faro del puerto que todo lo ha visto pese a tener un único ojo, parece sonreirse de la inocentada.

La tarde es agradable, fresca, con la entrada incesante del aire atlántico, las horas en el trabajo se hacen fluídas, la batalla es llevadera.

Al salir, bajo un techo de nubes entreabiertas, blancas y grises, pueden verse dos azules en el cielo. Cercano al horizonte, pálido celeste, en el cenit, vivo azul matizado de añil. En el parque los últimos y oblicuos rayos del sol crepuscular prestan a la vegetación una ligera iluminación áurea.

Dejo al puerto a mi derecha, la atardecida sobrevuela la ciudad con una lejanía quieta y medionubosa. El mar me recibe a la izquierda, plateando sus azules, también detenido ya casi sin brisa.

La tarde concluye y aún no se ha dado ella cuenta.



© Acuario 2009

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