martes, 29 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Es facil dejar nacer al día, el anuncio del sol llega pronto a su esplendor inevitable y deseado, y llevado de la acumulada facilidad en forma de costumbre, me dispongo a bajar los toldos, y favorecer el curso del sueño hasta mejor hora de la mañana, no obstante, aprovecho para encender la radio y dejarla contar y comentar lo que dicen que es la realidad, las noticias del nuevo día.

Entretanto muesli esta vez con leche desnatada, además de un poco de comida, pero para Aurorita, la tortuga, que ya está despierta tomando el sol. Y media hora más de duermevela, teoricamente escuchando también la radio, esta vez con un pequeño transistor bajo la almohada, pero que nunca oigo despierto más allá de los instantes iniciales, tras los cuales seguidamente cojo otra vez el sueño por breve tiempo.

Ha llegado finalmente la hora definitiva de levantarse, un café que a veces tomo, y los pasos se desenvuelven sin reticencias, decididos. Camino por la playa, bajo la luz cegadora y estimulante, sobrecogedora, maravillosa, inaudita y espléndida.

Piratilla viene a mi encuentro cuando me ve, alzando su rabito en señal de reconocimiento, alegremente se desayuna, y la dejo sesteando ya a la sombra, protegida en su escondrijo.
A primera hora, las compras se hacen sin aglomeraciones, el mercado está escaso de clientes, y se necesita relativamente poco tiempo.

Tras el almuerzo, una escasa siesta, y me dispongo a despertarme del todo, viendo a Carlos Arguiñano es su particular mundo de recetas y pseudoideas, pero es un hombre feliz dentro de sus ocurrencias, y algunas veces se encuentran cosas curiosas y fáciles de hacer en sus programas.

Hace viento de poniente, en la rada del puerto las aguas tiemblan apenas, un leve movimiento que riza en dibujos mínimos el verde intenso, cristal bajo el que los peces sueñan y pasean. Vuelvo a ver el pequeño velero, de bandera blanca y roja, polaca, con matricula de Danzing, - Gdansk en su lengua -, en popa.

La soledad sobre los muelles se hace más inmensa bajo la arrolladora claridad de la tarde. Cuando llego a la plazuela, con el jardincillo, el azahar hace tiempo cesó de florecer, pero los gorriones impacientes se remueven entre las ramas de los arboles. Ya no esperan casi. LLegara el día que ni aguardaran que les ponga sus migajas de pan.

Cuando termino el trabajo la luz de la tarde se desenvuelve más liviana, más acogedora y abordable. Por el camino de vuelta, veo a los plátanos de indias ya en plena frondosidad, la primavera les ha devuelto un completo aspecto de verdor.

Y así entre poco más, se hace de noche. Silenciosa y humilde, serena y agradable, aún sin luna, sólo alguna estrella acompaña su tranquila y mayestática soledad. Entre ella y yo ha nacido una amistad discreta y cómplice.




28 Marzo 2008
© Acuario 2009

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