martes, 29 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 29 Lunes



Todavía medio en bruma y algo nubosa comienza la mañana.

No solo en lenta pausa nace el sol, el fiable y oferente ordenador me entrega los caminos de la palabra hoy renacida.

El silencio del mar, acompasado en su hondo respirar dormido, acompaña estos primeros instantes del día. Sobre el azul abriéndose de las aguas, la sosegada grisura de ayer recupera sus perdidos cobaltos. La noche ha dejado abiertas todas sus horas y la luz naciente se viste con ellas.

En la más desnuda sencillez se construye en paralelo la más equilibrada y alígera de las formas barrocas.

Cuando recupero bajo mis pies el habitual camino, todavía mostrando en parcheadas tonalidades la humedad decreciente, la marcha se hace ligera y casi también alada. El horizonte del mediterráneo en la distancia está ligeramente velado, en blanquecino lugar de behetría.

Las palmeras observan la distancia siempre desde una imprecisa indiferencia.

Hay una luz creciente que entibia lentamente la playa.

El mediodía abre todos los caminos del firmamento, solo hay sol. Con evidente delectación hay algún bañista nadando en soledad, entregado a unas aguas de líquida esmeralda sumidas en infinita calma. La arena ha empezado a clarearse, a secarse sin prisa y retomar cierta luminosidad en la orilla.

Y sobrecogida, la ciudad cede sus espacios a la honda respiración del océano, del fresco empuje del poniente atlántico que llena de magenta la mirada del mar, y le ofrenda una diadema de espumas, de olas ligeras que musitan secretas consejas y perdidas leyendas.

Cuando termino el trabajo, el viento todavía alegre atempera la tarde soleada. Vuelvo por el largo paseo tras el puerto. En él, en filas de a ocho, como formada soldadesca, como aguerrida tropa presentando armas, han plantado toda una extensa división de quizá cien palmeras, en firmes líneas ajedrezadas con sus palmas todavía unidas. Solo falta oir el cornetín de ordenes del coronel mandando al pelotón de cocoteros formado sobre los muelles. El orden como ley de leyes, hasta imponerse en el diseño de los espacios verdes.

Sin brisa ya, al final de la tarde, un balandro pasa, navegando con el motor, mientras se mece en las olas cada vez más lánguidas y oscuras.

Sobre la línea del horizonte, y por toda su extensión en la mar lejana, han pasado una brocha de colores, una franja desde el azul pálido arriba, al naranja en medio, para terminar debajo con un oscurecido violeta.




© Acuario 2009

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