miércoles, 23 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 23 Miércoles


Deshaciéndome de las ideas nacidas en el sueño, asomado a las que definen, cada día menos, mi cotidianeidad, la mañana anuncia a todo sol su presencia, queriendo despertar sin conseguirlo, a la quieta y dormida superficie de las aguas, a un Mediterráneo aletargado y quimérico bajo su espacio de inmóviles azules, entregado en silencio a su indefinible densidad onírica.

El aire es ligero y fresco, el sol tibio, el transparente derroche de luz , - con absoluta literalidad -, perfecto.

LLevado por mi propio usual camino, dejo decidir a mis piernas el rumbo, mientras dentro de una ignota clave observo la cotidianeidad, a las personas, personajes y cosas. Un limpio e inabarcable vacío se me ofrenda día a día y con mi más agradecida esperanza intento seguirlo sin ideas, y sin palabras.

Cercana a la orilla, una barca va pescando, arrojando de trecho en trecho unas nasas. El agua está tibia de nuevo, aunque en precario número, los bañistas en la playa, prolongan su baño de forma perceptiblemente deleitosa y sin la brevedad de los pasados días. La lejanía está enredada en ideas que no acierta a encontrar, el hilo detenido del horizonte no sabe definirlas.

Las palmeras reciben gozosas al mediodía lleno de claridad templada, de una sencillez enigmática y sólida.

Gazpacho, sardinas, pan y tinto. Es el almuerzo de hoy, tras el cual, saboreo el postre de una ligera siesta.

Con la nueva versión de una tarde alegre y viva, de una irreprochable temperatura, llego al trabajo. Hoy no se precisa mucho esfuerzo para resolver asuntos y problemas, las cosas ruedan bien.

Vuelvo caminando por el parque, y me aborda el recuerdo de la bandada de patos que vivían allí en una alberca. Con las cortezas de sandía en trozos pequeños en verano, o de melón, disfrutaban como locos, tanto que en cuanto asomaba y me reconocían, montaban una estrepitosa escandalera de graznidos. Como llevaba mucha cantidad, ninguno se quedaba sin pillar algunos cachitos.

La tarde se despide con una luz apagada y dulce, y se abre tras ella un sombrío firmamento violáceo, mientras sale del puerto a duras penas y sobreabundando de contenedores un carguero con lentitud tan flemática que pareciera necesitar toda la noche para poder iniciar su ruta.

Sobre la rada centellean las luces de las barcas que pescan. Los ondulantes rayos de sus reflejos son los únicos dueños de la negra bahía en sombras.



© Acuario 2009




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