domingo, 20 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 20 Domingo


Una barrera entrabierta de nubes el sol encuentra, - e incendia - , al amanecer, sobre la que desata y derrama toda su flamígera imaginación. El cielo medio nuboso se llena de color y de fuego que cae sobre el mar apagado y quieto, adormecido. Apenas algún pescador en la orilla y solo dos navíos anclados en la distancia, han sido los escasos testigos de la breve escenografía silenciosa con la que el día se inicia.

Al poco rato casi todo el firmamento se cierra con una variada gama de nubes, nimbos y cirros lejanos, en un diverso tapiz detenido de grises-azules y diversos blancos. Al salir temprano, con el ligero aire del norte y la ausencia de sol, la mañana es rotundamente fresca. El verano parece haber terminado.

Pese a ello, o debido a eso, el caminar se hace agradable y ligero. La playa medio vacía, con algún animoso y confiado bañista esperando que el techo nuboso termine abriéndose. El mar ausente, respirando despacio en la orilla, con unas olas inapreciables y escasas.

Como es festivo, no faltan paseantes, ciclistas, patinadores, turistas, perros, y corredores absortos, llevados de alguna posesión inexplicable a perseguir incesantes sus inalcanzables quimeras. En mi caso, con la calma habitual, también recorro el camino.

Hacia el mediodía, resoplando por sus sirenas, atronando con el adiós de su profundo bramido, un paquebote de pasaje larga amarras. Cuando enfila la bocana del puerto, navegando a la misma velocidad del viento que sopla por su popa, el humo de su chimenea le persigue y se le queda justo encima como un casquete, como una ancha boina gris oscura. Es un buque con txapela.

Me instalo ante un aperitivo, o mejor, nos instalamos una impertinente mosca testaruda y yo. Como no hay manera de alejarla, opto por dejar a su alcance la corteza del queso, y llevarme la copa y el plato más cerca de mí. Asi pues, ella queda en la gloria, quieta y plantada encima de la cubierta del gruyère, vuelta del lado comestible, mientras yo puedo tomar el refrigerio tranquilamente y olvidarme de su existencia, feliz ahora para ella.

La tarde es totalmente soleada, con una amable claridad de oro cálido. Se va deshaciéndo en un silencio infinito, en un crepúsculo abierto y sosegado, en una secreta ensoñación sin límites mientras el mar calla, cómplice y pilluelo.




© Acuario 2009

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