martes, 8 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

SEPTIEMBRE 8 Martes



El levante y el mar unidos deciden entablar con la ciudad una incesante conversación en un idioma inaccesible para la pretendida humana inteligencia. El rumor del oleaje, se hace insistente, continuado, desde hace casi dos días. Entre los desdibujados perfiles que la brumosa humedad ofrece, la mañana va clareando, bajo un sol que se abre camino desde un extenso amanecer, dorado escenario para un tiempo sin prisa.

En la playa, la amalgama feliz de colores de las sombrillas y toallas, es el anuncio de una constante afluencia de bañistas. El verano finaliza, con su leve melancolía educada y cortés, ha dejado su furia de apretado calor olvidada, y acude como es debido, vestido de moderación y elegancia.

De un lado a otro, caminando, con su carga de bebidas, refrescos y cervezas, los vendedores ambulantes, africanos o emigrantes en su mayoría, llenos de sol y necesitada esperanza para sus vidas, van y vienen por la arena tostada, entre la que fué, escasa ahora, multitud de veraneantes, foráneos turistas, o nativos ictiófilos, para los que un día sin baño es un día sin luz ni alegría.

Pero no escasea la luz, el mediodía espléndido regalo, es una iluminada parusía solar, que desafía a la tarde incipiente y joven, que no sabe competir con la apoteosis plena del astro rey en su cenit, dueño de su constelación y orbe.

No le faltará camino a la tarde, tiene ante sí todo su tiempo de ensueño, de suave descanso, de relajada desgana y dulce desidia.
Hoy es aquí fiesta.



SEPTIEMBRE 8 Martes ( Horas de la tarde )




Cuando vuelvo a tomarle el pulso a las horas lentas y detenidas, vespertinas y adormecidas de la tarde, el mar ha tomado dos miradas.

En la lejanía refulge azul mineral y cobalto, en la rompiente, cansado y exhausto, ámbar terroso, revuelto de tanto oleaje, ya más sereno y tranquilo ahora.

Con el viento menos nervioso aunque aún desenvuelto y alegre.

Las gentes apuran los últimos rayos de sol, sólo algunos se bañan, las aguas desordenadas y cenagosas no invitan a entrar en ellas. Hay una larga línea de boyas amarillas que se mecen y oscilan a cierta distancia de la orilla.

La distancia intenta ocultarse sin conseguirlo tras dos navíos anclados. Entre ellos, cabeceando y lenta, una vela avanza solitaria ganando barlovento hacia el este.

El tiempo ha sido absorbido en un incierto pliegue de alguna ecuación espacial o cósmica, el flujo de su camino sigue abierto, nada detiene su completo avance, pero el ánimo ha aplazado la inmediata percepción de la cosas.

Bajo el velo de la brisa, la tarde trasciende la pura realidad acabada de la luz dichosa y eterna.




© Acuario 2009

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