viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 28 Viernes



Como a estas alturas del verano el sol ocupa menos horas del día y alza menos el vuelo, el calor tiende a declinar inevitablemente.
La luz solar ya no cae en vertical y a plomo, inmisericorde y por igual, - sol de justicia-, sobre todas las humanas cabezas. La creciente oblicuidad de los rayos solares permiten a las horas centrales del mediodía disponer de un cierto alivio térmico que comienza a ser civilizado.

Pese a ello, levantarse temprano, para extender las lonas y toldos sobre la terraza y ventanas sigue siendo necesario, y también eficaz para otear el horizonte y vislumbrar el alba. Hoy es apenas nada, dorado líquido el mar hacia el este, aéreo y amarillo el firmamento por levante.
La playa todavía conserva algún pescador insomne que la acompaña en su vacía soledad.
Ni olas, ni viento, ni nubes, una estampa detenida e inmóvil.

Me pongo en movimiento antes o después, - mas bien después-, y con un aire más liviano y una amable temperatura en la calle, pongo en marcha el llamado coche de San Fernando, un rato a pié y otro andando.

Con los finales de mes hay que pagar facturas y hacer ingresos, una tarea extra, pero que no requiere mucho tiempo al estar todo a mano. Atendidos los argumentos indispensables de la intendencia, la vida puede ser percibida desde otra dimensión, ya mediada la mañana.

Un descanso, un refresco, una ligera ducha, y acompañado de la brisa del mediodía suspendo operaciones por hoy.

Bajo la luz completa de la tarde, sobre las aguas y cerca de la playa cabecea blandamente un balandro desde hace días anclado allí. Por la noche su presencia se anuncia con un fanal mortecino que se vislumbra en lo más alto del mástil. De bandera holandesa, a su babor lleva amarrado por un cabo un pequeño bote auxiliar. El suave balanceo unas veces los acerca, otras los aleja.

La tarde es ahora casi más lenta, más sumida en una desidia feliz.
No cesan de oirse algunos gritos de grupos de chiquillos jugando entre las aguas.

Poco a poco, algunas y escasas olas van entregando con sosegado ritmo su lánguido rumor al romper en la orilla.
A la hora de la siesta, la mar se adormece, cierra los ojos y levemente resolla.



© Acuario 2009

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