viernes, 25 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Desde las siete de la mañana se siente llover, el rumor acompasado y tenue de las gotas de agua es la primera presencia del nuevo día. Cuando salgo a la calle, encuentro a Pitufa acurrucada y protegida del tiempo bajo un extenso alero del edificio, y mientras come lo que le ofrezco, busco dando unos silbidos a Susanito. Tarda en aparecer, como siempre maullando intensamente y buscándome a su vez, pero viene hecho una sopa, a saber donde andaba. Lo dejo en lugar resguardado, frente a una buena ración de comida que espero sirva para calentarle un poco. Este gato es un poco despistado.

El aire fresco y húmedo de la mañana, en la calle vacía y solitaria, es un auténtico regalo. Bajo la abundante precipitación acuosa, las palmeras parecen respirar a su vez agradecidas y felices. El cielo cubierto es un moviente escenario de grises nubes revueltas. En la playa, las gaviotas se han adueñado de su soledad, una bandada en la arena permanece soportando el aguacero sin inmutarse. Se disponen cuidadosamente manteniendo entre ellas la suficiente distancia para evitar un picotazo de sus vecinas. Tienen entre ellas pocas reverencias.

Cuando vuelvo a casa, tras tomar un apetecible café, comienzan los rayos a dibujar sus erráticas amenazas sobre la playa, los truenos retumban incesantes, y el aguacero se convierte en toda una tromba con granizo incluido, que en pocos instantes blanquea extensamente la superficie de la arena. Sobre las ventanas se escucha el golpeteo de los menudos hielos que rebotan de un lado a otro.

Tengo que esperar un buen rato a que amaine, lo que hago leyendo la prensa en el ordenador, y cuando escampa un poco, me voy dando un paseo a dejarle algo de comida a Piratilla.La busco en su canalón cegado y seco, su refugio de lluvia. Pero asustada por los truenos, tarda en salir un buen rato pese a mis silbidos. No obstante agradece lo que le llevo, con buen apetito. Apenas hay nadie en una playa que aún tiene paños de granizo sin derretirse sobre la arena. Los muchachos de los servicios socorristas se refugian como pueden bajo una cornisa, la bandera amarilla que pide precaucion a los bañistas ondea delante suya, mojada, triste, inútil, nadie se baña.

Tras una siesta, la tarde concurre algo más seca, pero nublada. Poco a poco se va despejando, dejando mirar a la luna, que asoma su cara redonda y curiosa entre algunos retazos de nubes que apenas la velan. Con ella la noche acude, algo empujada por un viento de levante, fresco y desapacible. Desde la casa, ante una buena taza de té, veo como las sombras se adueñan de la calle y del mar con un oleaje incipiente, y del horizonte que desaparece, sólo delimitado por el reflejo de la pálida claridad de la luna sobre las aguas.

La noche siente algo de frío y se arrebuja como puede protegida del viento tras los edificios, busca la luz amarilla y silenciosa de las farolas de las calles que se esconden del mar. Los curiosos gatos ocultos bajo los coches la miran con sus ojos centelleantes, mientras pasea calmosa y solitaria, señoreando los desiertos pasadizos y callejones.



20 Marzo 2008
© Acuario 2009

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