martes, 22 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Cuando la actividad del día empieza a remontar más decididamente ya me encuentro en la calle en mi habitual ejercicio andariego matinal, donde encuentro alguna vez en ocasiones a peatones asiduos como yo que a la larga nos hacemos amigos y conocidos. Y de todas las opciones y colores políticos, que entre otras cosas tengo la manía de hacer amigos siempre donde piensan distinto. Y no veo a los ganadores sino con ocultas reticencias ante el futuro inmediato que se cierne en los próximos meses cercanos.

Análisis aparte, sonrisa que me guardo para mis adentros, hoy tengo que reclamar en Correos un paquete perdido hace ya casi un mes, con la fortuna de encontrarlo en la misma oficina, al parecer pendiente de repartirse todavía. La excusa de la funcionaria, real o incierta, son las pasadas elecciones. Pienso que para las cuatro cartas que nunca leo de propaganda electoral no hay en ellas un volumen excesivo para colapsar el anormal, eso digo, anormal funcionamiento de Correos. Pero hoy me digo las bromas a mi mismo, y con la alegría de recuperar el paquete perdido, reanudo mi paseo bajo una mañana algo calurosa, llena de luz, apenas refrescada por la escasa brisa que desde el mar viene a tierra.

Como ha habido ultimamente mucha paquetería entrante, hay que invitar a comer fuera. La felicidad del hombre comienza en la oficina del estomago, y es aún mayor, si no ha tenido que cocinarlo con sus manos, añadiría a la cita cervantina.

El camino al trabajo, es relajante, el cielo cubierto por una celosía difusa de nubes, es de un blanco levemente teñido de gris. Tengo que reconocer que el andar me pone de un humor excelente, pese a que la hora inicial de la tarde tenga un punto de exceso de calor.

Me recibe un bullicio feliz de gorriones esperando, entre los naranjos en floración ya completa. Un aroma que me entrega recuerdos siempre, tiempos que el ayer se llevó, se hacen presentes en la fragancia que hoy me regalan estos arboles humildes de talla pero inmensos en su esplendor primaveral.

Hoy hay trabajo, la agenda rebosa, pero con cierta práctica voy poniendo orden en el caos habitual, y termino sin apenas retraso excesivo. El crepúsculo es transparente, un firmamento sin bruma, un azul que palidece y retrocede lentamente, pero sin nubes.

Al llegar la noche, estoy solo, Mahler despliega todo su aluvión de sonoridades lentas y pausadas. Una detrás de otra, oleadas armoniosas, llenas de secretos y leve temblor apenas. La noche poco a poco se ha ido aficionando a la música, se queda atenta, callada, pensativa, a la escucha de los matices y las tenues inflexiones que aparecen como pequeñas luces en los amplios meandros del curso infinito de los pentagramas mahlerianos.

Entre nosotros, entre la noche y yo, la amistad nace con un largo y elocuente silencio.




14 Marzo 2008
© Acuario 2009

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