jueves, 10 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Amanece entre nubes, cúmulos que el sol logra abrir en ocasiones consiguiendo entibiar la mañana.

Hasta la orilla de la playa acuden las revueltas y blancas espumas que el incesante y nervioso oleaje forma.

La noche ha sido un escenario de lucha del viento y la arena con las aguas. En las ventanas el vendaval gemía con siseos inquietos, el fragor continuo de la agitada pugna de la marejada en la oscuridad nocturna y solitaria. Madrugada de errantes caminos empujados por un febril desasosigo.

Un agradable desayuno, humeante café y tortas, y el ánimo resuelto, impulsan mis primeros pasos con energías felices. Por la playa, aprovechando la embestida marina, dicen que así el pescado entra, algunos pescadores han situado sus largas cañas. Sus tanzas se pierden ocultas en las agitadas olas que llegan tumultuosas e incesantes a tierra. En el aire se perciben las húmedas fragancias cargadas de salitre del mar.

Pero el empuje de la ventisca cede poco a poco, el mediodía logra serenarse tranquilo, la claridad vence con su calor y luz al desabrido matinal inicio. El día se enjoya pese al persistente bramido de la rompiente en el litoral marino.

Con la tarde, la hora de sestear, sin otra tarea que dejarse llevar de los sueños. El crepúsculo avanza sus sombras, decrece la transparencia del cielo resolviendo en azul magenta las ultimas líneas del horizonte en la lejanía.

No hay embarcaciones iluminando la noche, los navíos que usualmente echan el ancla ante la costa han decidido refugiarse tras el espigón del puerto que impertérrito soporta incólume los embates incesantes que el nervioso oceáno le arroja.

Cuando la noche acude cerrada, opaca y curiosa, se extraña al verse sola, sin luna ni estrellas.





9 Febrero 2008
© Acuario 2009

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