viernes, 18 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Cuando la luz va clareando el horizonte, en la nubosidad se inicia un cromatismo fugitivo y cambiante. Por breves instantes predominan trazos casi lineales de rojo, que se diluyen rápidamente en un rosa cercado de azulados grises. Las dormidas aguas,- el mar está en calma-, con los reflejos se tiñen de suave purpura alucinada. El paisaje deja de ser marino, el Mediterráneo se sueña distinto.

Escasos momentos después, las exiguas nubes mezcladas con la bruma lejana, terminan en la habitual gama de grises. El sol sigue dormido. Hoy perezoso, escondido, sólo hay algunos matices de tonos marfil y crema que detectan su presencia, oculta tras la confusa y distante neblina. El día comienza sin prisas.

Hay una paciencia tranquila pero segura en la mirada de Pitufa. Se acurruca bajo los setos, confiada siempre en su desayuno, que espera con convicción sólida. Unos maullidos al verme, con timbre roto por la edad, es su matinal saludo, ella rara vez falta a su cita frente al portal del edificio.

Cercados por una línea trazada por cintas rojas y blancas, en la playa, van y vienen camiones cargados de arena mojada, sacada de los lugares donde el temporal la ha acumulado. Van dejando surcos de agua barrosa, enlodazando el camino a su paso. Hay que transitar fuera de él, los viandantes, sus perros, y yo. Tanto ruido y constante tráfico pesado al pasar al lado de Piratilla, la tienen un poco ansiosa. Cuando sale de su refugio a mi llamada, como vea acercarse algún vehículo a lo lejos, corre a meterse a toda prisa de nuevo en él. Le dejo su comida dentro, donde se siente protegida de tanta invasión y tanto estruendo.

En la lejanía el sol también tiene miedo y se oculta tras las persistentes nubes.

Hay un velo pálido que ha blanqueado el firmamento por completo. El cielo blanquecino tamiza el calor solar. La brisa suave, ligeramente fresca, una tibia temperatura, cálida y amable. Son tenues las sombras, apacible la luz. El día tiene una íntima felicidad silenciosa y oculta.

La tarde y el puerto, y luego los pequeños gorriones del jardincillo en el camino, que ya observo me esperan y vuelan de un lado a otro al verme, expectantes ante la seguridad de obtener un poco del pan que les dejo. El azahar, blanca lluvia bajo los naranjos, observa y calla, ofrendando su aromático perfume penetrante y con un cierto enigma misterioso.

Parsimoniosa, pero sin detenerse, la noche acude cerrando un día distinto y similar a tantos, ¿ o debería decir abriendo las puertas a otro nuevo, e igual de feliz y tierno ? En todo caso lo hace con mágica maestría, que la inmensidad eterna del tiempo ha sabido enseñarle.

Una estrella sonríe con complicidad desde la distancia en sombra.



4 Marzo 2008
© Acuario 2009

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