miércoles, 16 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Hay calles en esta ciudad del sur, que me recuerdan enormemente a esa Sevilla en la que nací. Generalmente no cambio mi itinerario habitual, mis costumbres son volver pronto después del trabajo, y quedarme un rato escuchando música si puedo en casa. Pero ayer, tuve que comprar un material electrico, y al no encontrarlo en una tienda cercana a mi recorrido diario opté por buscarlo en una tienda de una calle peatonal del centro.

¿Que es lo que había en esas encrucijadas, que me sumergen en un ambiente parecido al de mi juventud? Cuando me iba alejando de esa zona peatonalizada que es bastante grande ya, reparé en esa cualidad que me ofrecía ese matiz paralelo al de mi ciudad natal.

Aquí en Andalucia gusta ser espectáculo, formar parte del escenario urbano, mirar y ser mirados, participar de una festiva observación mutua, y eso solo puede darse sin cortapisas en una zona donde el paseante sea el único elemento de la calle, cerrada al tráfico, patio interior de una urbe que se recrea en si misma, sin nada más que la alegría de existir. La vivencia del ahora, del instante, del único tiempo real, y observar a los demas, dejándose observar por todos.

A veces hay que alejarse de las cosas, para contemplarlas bien, y mi paseo cotidiano, alterado ese día, me mostró claramente la cualidad esencial que vertebra y muestra la dimensión escénica de esta tierra andaluza.

El recorrido por la memoria del día, nace asimismo en la ilimitada luz de la mañana, una primavera que ha empezado a entonar cálidamente la temperatura del mar, o por lo menos así me lo afirman dos habituales del baño diario. Ante su aseveración, empiezo a considerar el rebuscar y así encontrar el bañador e intentar comprobarlo mañana, que es día no laborable.

La playa, sometida al incesante paso de camiones, comienza a perder la belleza con que los temporales la dejaron, prístina, como recién nacida de las aguas. Los surcos barrosos, el cieno que arratran a su paso, la inútil tarea de Sísifo de volver a llevar la arena al lugar de donde la removerá nuevamente el oleaje de los temporales del proximo invierno.

El mediodía recibe su calor, su alegre despliegue de cristalina claridad, y tras un descanso después del almuerzo, llevo mis pasos arriba y abajo, al puerto y fuera de él, vuelvo del trabajo, y me planto con la noche ya encima a teclear sin rumbo, con intencionado desorden, al retortero, al pairo, a la rebusca, a lo inesperado.

Siempre atenta aunque algo ingenua, pero maravillosamente sutil, la noche acude con una mirada sagaz y lúcida donde brillan animadas las estrellas.





27 Febrero 2008
© Acuario 2009

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