AGOSTO 18 Martes
La mañana comienza brumosa, una nubosidad débil y confusa, entre la que el sol atisba curioso a duras penas al amanecer.
El porfiado viento sur con obstinado empeño comparece ante la ciudad.
Cálido, suave, con toda la evaporación del mar en verano.
Húmedo y africano, trayendo consigo esta persistente y nebulosa atmósfera, esta indefinición ambigua que vence en equívocas dudas al horizonte.
Pero la ciudad está resuelta a todo, la animación no decae, pese a la abrumadora temperatura con que el verano la acosa.
Bajo la luz sedosa y decrecida por la incierta bruma imprecisa, los peatones manifiestan su inaplacable voluntad de marcha, los coches continúan su camino, las horas trascurren sin detenerse nunca.
El mar no se arredra y abre sus distancias a bajeles y embarcaciones, y aunque se rinde en ligero oleaje turquesa en las orillas, lucha animoso con un azúl decidido donde se pierde en la lejanía.
Las aguas entregadas y sumisas de la playa, murmuran y musitan en su extravío, sin despertar jamás de su atávico sueño.
La tarde indecisa se detiene perezosa y va ganando holgura y conveniencia mientras el sol declina lentamente.
Su contagiosa molicie me apresa. Su ocioso abandono me induce a la desidia más placentera.
A concluir, sin otra ni más posibilidad, con este punto final ahora.
© Acuario 2009
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