Ante la fuerza y empuje del levante con que comienza el día no me atrevo a dejar extendidos los toldos, que hace casi un instante desplegué al amanecer.
La mar tranquila, dilatada, quieta, comienza a removerse, a encrestar y engalanar sus aguas con blancas espumas que bullen por toda su superficie.
En lontananza asoma un frente de oscura niebla que viene avanzando y ocupa poco a poco parte de la bahía, y llega casi a esconder entre su velada grisura todo un enorme paquebote de pasaje atracado en el muelle cercano.
El aire es húmedo, fresco, animoso y tenaz, a media mañana ha recuperado la suficiente transparencia para hacer manifiesto al horizonte, que sólo en el límite con el cielo se esfuma borroso y ensoñado.
Hoy es un día feliz para Aurora, mi tortuga, que sin el velamen sobre el ventanal, protector del sol, disfruta plenamente de éste, extendiendo sus patas, sobre su rincón pedregoso a plena luz. Ha comido una porción de salmón, cortada en diminutos trozos, que le he ofrecido.
Entreabriéndolos en ocasiones, otras cierra sus ojos en extasiado placer bajo el resplandeciente calor solar. Parece una piedra más entre las que le rodean. Salvo que ocasiones, momentáneamente, abre unos ojillos negros y vivarachos que lo escudriñan todo.
El mediodía es alegre bajo la ligera ventisca. La playa bulle de agitación, el mar presenta decidido oleaje, pero razonable todavia para el baño en la orilla.
Una cálida saturación acuosa ambiental, que hace indispensable la sombra, me recibe en la calle, cuando salgo por la tarde, camino del trabajo. A la vuelta, todavía hay horas de luz plena, me acerco al centro de la ciudad, buscando una ferretería. Tras mi adquisición vuelvo por las calles peatonales cubiertas con lonas, por las que el viento marino y la bulliciosa población pasea.
Se compra, y observa, se charla y comenta, haciendo del pasaje urbano un lugar de festivo encuentro, un lugar de vida.
© Acuario 2009
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