martes, 1 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Con el día, la actividad recomienza, pero pausadamente.
Tras unos ejercicios ligeros de brazos frente al horizonte, con solo el mar y el cielo. Amarillo líquido a un lado y otro del límite que los une. ¿O los separa?
Sutil cuestión que eludo frente a un vaso de leche y una torta de aceite de oliva, según el modo de hacerlas de Castilleja de la Cuesta.

Armado de renovadas calorías, andar se hace gozoso y fácil. Pese a mi llamada, Piratilla, no sale desde hace dos días de su cobijo en la playa. No obstante, veo que la comida que le dejé ayer ha sido en parte consumida. Se la cambio, le pongo nueva ración de agua, y continúo mi camino.
Pero algo me hace pensar que puede estar en su otro cubículo, que hace tiempo le hice, cuando se empeñó hace años en llevarse a su última camada a otro lugar. Y ante mis silbidos, aparece con aire despistado de entre los recovecos de este segundo refugio. Vuelta para atras, y rehago en dicha guarida mi aporte de agua y comida que en la otra le dejé. Así pues, cambio de domicilio, avisaré al servicio postal, no se vaya a extraviar su correspondencia.

La mañana transcurre suave y blandamente. Tras una canóniga ( siesta a mediodía ) que me restablece y reamuebla las ideas en su sitio, reanudo mis ocupaciones y actividades. Como el viento sigue, más amainado, pero soplando de tierra, elijo el recorrido del parque, aun húmedo y fresco, lleno de silenciosa dinámica y penumbra vegetal. En poco tiempo andando alcanzo a tiempo el trabajo y abro el ordenador, la agenda, y el papeleo sobre la mesa. La tarde se hace un remanso placentero y agradable.
Al volver, la ciudad nerviosa se estremece con un tráfico de vehiculos apresurados. Sobre el cielo, las nubes casi inexistentes tiñen de delicados velos rosas sus últimas luces. Una luna como un diente de ajo acude curiosa.

Con mi aviso, acude presurosa y contenta Pitufilla, con buen apetito despacha alegremente la cena que le ofrezco. Como hay amistad creciente entre ella y el nuevo micifuz, inquilino con ella de la calle y los jardines, comen tranquilos, la una al lado del otro. Terminada la colación nocturna, se estiran felices, primero las patas delanteras, incluidas las uñas, luego Susanito curiosamente una sola pata trasera, la derecha. Algún maullido de agradecimiento, y les dejo, observadores agudos de su pequeño mundo, escrutando certeramente las crecientes sombras de la calle.

Al cerrarse la noche, ella tambien sin prisas, estoy terminando de escribir, muchos instantes felices laten en mi recuerdo. El día se lleva escritos en su libro abundantes y sosegados momentos llenos de suave felicidad imperecedera.
En silencio, el eterno anochecer ya adormecido me susurra sus sueños.





17 Enero 2008
© Acuario 2009

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