martes, 1 de septiembre de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Como el cristal, con la lluvia de estos días pasados, diáfano y transparente, risueño, el aire recibe a los habituales andariegos matutinos.

Se agradece al caminar su agradable frescor. Los pasos se articulan alegremente estimulados. Bajo la cegadora y rotunda claridad de la mañana, bañada generosamente por el sol, se transita en un espacio sutilmente irreal. La luz es tan abundante que trastorna ligeramente la percepción.

Apenas quedan algunos charcos que aprovechan gustosas las palomas para bañarse. La calle, las aceras parecen otras, limpias, nuevas.

Mis ocupaciones habituales se toman su tiempo. Algunos conocidos por el camino me encuentro, con los que intercambio saludos. Cuando vuelvo, un refrigerio me ofrece la oportunidad para descorchar y degustar dos copas de glorioso tinto. Intenso color, denso, auténtica sangre de las tierras del Duero, pero sutil, fragante, literalmente embriagador con sus catorce y pico grados alcohólicos. Solo dos copas, que riegan un sabroso tentempié.

Tras él, gestiono el envío de un paquete en la cercana y vacía oficina de correos. La empleada deja con descuido sobre él, encima sin más, la información de envío. Han acudido más personas y hay cola, se dedica a atender a los recién llegados. Me quedo observando de lejos sin irme del todo. Vuelvo sobre mis pasos, y con una media sonrisa, le pregunto lo que ya sé. "Perdona, ¿no tienes que pegar encima esa hoja?". Sólo entonces, a mi requerimiento, pasa el código de barras del envío por el lector, y termina pegando encima del porte la imprescindible pegatina. El ojo del amo engorda al caballo, termino diciéndome para mis adentros.

De vuelta a casa, dejo citado en el mecánico para dentro de unos días el coche de mi mujer. Hay que hacerle revisión, y cambio de aceite.

Al iniciarse la tarde, voy por el parque hacia el trabajo. La silenciosa vida vegetal palpita agradecida tras las últimas precipitaciones. Las hojas se extienden lozanas buscando vigorosas la luz sin límites del cielo, acuarela teñida ahora por níveos y blancos esbozos caprichosos.

La ciudad se despereza, calmosamente. El tráfico escaso, solo algún viandante apresurado.

Cuando termino de escribir, Gaspar Sanz, y su hermosa obra para guitarra me acompaña.
Sería inexacto decir que sólo es la radio la que me acompaña, mientras tu recuerdo, silencioso secuaz, oculto asiente.




15 Enero 2008
© Acuario 2009

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