viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 23 Domingo




En el silencio de la noche el mar ha ido dejando su lamento, su furioso ensueño, sus inarticuladas quimeras.

Con rugiente fragor irrumpía incesante, en el oscuro piélago nocturno de la madrugada, su insistente embate de sonoridad incansable. El intenso oleaje, inasequible al desaliento, ha estado rompiendo en la ribera de la playa hasta más allá de las horas del alba.

Pero esta mañana, más apaciguado, ni era otro ni el mismo.

Alguna tríada de olas, más crecidas en ocasiones, alcanzaba la orilla, pero sus entibiadas y suaves aguas ambarinas y verdes permitían nadar sin dificultad alguna.

El viento, brisa apacible de levante, según el aproamiento de los tres navíos sujetos por sus áncoras en la bahía. Pero a media mañana la fumarola de uno de ellos, presto a levar anclas, denotaba inclinándose hacia el este la nueva dirección del aire, ahora poniente.

La atmósfera más despejada, sin humedad, ni una nube. El sol haciendo suyos todos los caminos del tiempo y del día.

Sobre las aguas serenas y ensimismadas se extienden también numerosas y blancas las pequeñas velas de las embarcaciones, de los ligeros balandros que se desplazan lentamente sin prisas. Los grandes navíos, uno de ellos petrolero, hacen el papel de crecidos adultos, vigilantes quizá del buen flotar de los veleros.

Pasado ya el mediodía, el agua recupera desde la limpieza del cielo, y gracias al escaso oleaje, el azul resuelto, con tintes cobaltos, con plateadas franjas irregulares a capricho sobre la ya tranquila superficie de la ensenada marina.

La tarde desanuda los misterios habituales del día, sin explicar ninguno nunca, desde luego.



© Acuario 2009

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