viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 22 Sábado


Cuando inicio mi camino a media mañana el calor sobre la ciudad tiene una cualidad sólida, dispone de un volumen corpóreo y denso. Más que sentirse parece palparse, húmedo y porfiado, omnipresente. En cualquier sombra también instalado, pareciera buscar, huyendo de sí mismo, el acomodo de unos momentos de alivio y refrescante brisa en los callejones que embocan al mar.

Vuelvo del paseo bajo la agradable y abundante techumbre vegetal de la arbolada avenida cercana a los pinares. Desde éstos, las cigarras han ocupado estratégicamente las escondidas ramas de los entrelazados álamos, y desatan incesantes sus inconcebibles cantos, sus estridentes y monótonos chirridos. ¿Que sería del verano sin ellas?

El firmamento tiene hoy una dimensión blancuzca. No hay una nube en el cielo, pero la bahía, la playa, y también la ciudad viven dentro de una inmensa e invisible nube.

Con la distancia el aire, cargado de vapor, dispone un velo irreal que desdibuja las lejanías y los montes que circundan al mar. Apenas se les distingue con un ausente perfil azulado y gris. Si la distancia es suficiente, el sobrecargado y vaporoso aire los hace literalmente desaparecer como hábil prestidigitador insospechado.

El mar está animado de oleaje gracias al fluído e insistente levante. Mantiene como ayer una cálida ternura deleitosa. Es de un color ceniza verde y ámbar, picado, al nadar veo a las crestas de las olas en mis cercanías caer blandamente, con un inesperado sonido de chapoteo. En el valle de las olas apenas distingo el horizonte, mientras que alzado por ellas consigo otear en la distancia la silueta gris y negra de un lejano navío. En silencio, una gaviota pasa cercana, rasante al agua.

Comparada con la del mar, el agua de la ducha, se hace risueña y agradable por lo fresca.

Cuando se inicia la tarde, comienza una alegría inexplicable de origen desconocido, que los chillidos y el regocijo de los niños en la playa jugando evidencian. La brisa rola a poniente.

Las horas mansamente trascurren. La luz toma una fosforescencia más tenue y dorada, parece que ella también se adormila en suave siesta.

Alguna blanca vela recorre con sosegada dulzura la blanda molicie de las aguas ahora apaciguadas y serenas.



© Acuario 2009

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