viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 24 Lunes



La ciudad recupera su impulso, tras las fiestas de verano.
La calle va animándose por momentos bajo el dilatado amanecer, en un firmamento lleno de dorada luminosidad.

Con presteza,- todo el cielo es suyo -, el sol decide por sí mismo comenzar el día.

Hay una atmósfera menos cargada de humedad, la mar recibe con prontitud la concurrencia feliz de su diaria invasión de bañistas, algunos despidiendo sus vacaciones ya casi.

Buscando sombra tras sombra, paso corto, sin nada de prisa, hago y deshago mi paseo matinal. Cuando a media mañana lo culmino, terminado mi ejercicio de piernas, el agradable complemento del braceo en el agua, nadando un rato, sólo hasta que ligeramente me canso.

Pero hoy,- el verano muestra ya el inicio de su retirada -, el mar concede una tibieza tan extrema, que busco prolongar el baño.

Es una insuperable combinación, el refrescante viento del Atlántico,- estamos sólo a trescientos kilómetros escasos de él -, aunado a la templada temperatura del Mediterráneo.

El aire fresco, el mar cálido.

No quieres nunca salir del agua entonces.

En el largo espigón de levante, hay atracados dos enormes navíos de pasaje. Con una altura el más grande cercana a un edificio de doce plantas, soberbio, majestuoso y ufano. Se asoman a la playa, a la ciudad, a la bahía, curiosos, intrusos afortunados.

Quizá sin decir nada, encubiertamente, admiran el dulce sosiego del verano, el oleaje apaciguado y turquesa, el diáfano cielo. Hoy con tres brochazos obsequiados displicentemente por un escobillón exhausto y yá sin pintura.

Se despiden al irse los buques con la profunda sonoridad de sus señales acústicas, ya caída la tarde.

Los tres largos y prolongados mugidos de sus sirenas,- ¿ acaso quizá esconden un oculto lamento ? -, ofrecen su dilatada resonancia por toda la ciudad, por toda la extensión de la ensenada marina.

El poniente contínua soplando, apacible, cuando el horizonte, - la tarde también ella se vá -, comienza a teñirse de rosa y naranja.

El empuje del viento genera insistentes y sesgadas olas que caminan por la orilla, que barren con tranquila calma y blancas espumas la vacía playa.




© Acuario 2009

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