viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 12 Miércoles



Ayer era una estructura, grande eso sí, de tubos articulados, ensamblados como un enorme mecano.

Hoy con una cubierta a dos aguas, negra, de tela, es un escenario cerrado por su parte trasera con esa misma lona atezada como la noche.

Se preparan las fiestas de verano de la ciudad, la Feria.

Fuegos artificiales anunciarán su comienzo de madrugada, y el gentío se aglomerará en toda la extensión de la playa.

Ávidos de decibelios que llamarán música, sedientos todos de ellos mismos. El deseo latirá con más fuerza que el oleaje del ensordecedor sonido. Otro mar, pero de nocturno estruendo, rugido y bullicio, en el que naufragar ansiosos, en el que anegar por fin los insatisfechos apetitos o los imposibles anhelos.

Pero nada de eso le importa a la opulenta tarde, feliz, sobrecargada de paz, de grandiosa iluminación, al fin dulce y sedosa.
Con todo el cielo abierto para ella, con el aire, evanescente y levemente velado, suavizando los perfiles lejanos, trasminando en delicado y ebúrneo marfil el horizonte desvanecido en la distancia.

Nada le importa al mar, apenas hace unas horas, azul, oscuro y grato, con senderos de iluminado y pálido celeste por toda la bahía.

Hasta que desde alguna oculta constelación delirante, desciende un velo plateado y rosa que se extiende por la inmóvil y callada superficie de las aguas.

La brisa, casi imperceptible, en ocasiones, trae lo que puede ser un murmullo suplicante y tierno, del mar a la playa.

La noche, aún desorientada, busca su propio camino, de silencio y sombras.
Hasta que una intrépida estrella aparece, la toma de la mano y sonriente, la guía decidida y resuelta.




© Acuario 2009

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