AGOSTO 13 Jueves
Los preparativos avanzan amenazadores, las pruebas de sonido, con el escenario a menos de trescientos metros de la terraza de la casa, retumban y estremecen al barrio entero, apisonan a su antojo la playa completa. Y todo con el mayor goce y regocijo de los muchos e incautos oídos, expuestos a los acústicos tsunamis decibélicos.
Los temas se suceden, incompletos, variados y diversos. Lo mismo algo de jazz, como de autores que recientemente han estado en el foco de atención de las noticias en todo el mundo.
Desde luego, las quietas aguas, plateadas, inmóviles, están expectantes e ilusionadas. Hay una docena de pequeñas embarcaciones, que van de un lado a otro, dibujando en el mágico azul vespertino del mar surcos que se cruzan, creando mínimas olas que se abrazan por un momento sobre la superficie, para alejarse luego con irreversibles destinos.
Cuando terminan por hoy las pruebas, cuando toda la tromba acústica enmudece, el rumor del mar en la orilla expresa tímidamente su pregunta, no sabe que sucede.
La noche pide permiso para pasar y asentarse en su espacio de tiempo, intimidada, dubitativa, temerosa.
No sabemos si acudirá la media luna trasnochadora del mediodía, aún sin acostarse ni descansar, olvidada hoy en el azul satinado del firmamento, indecisa.
La bóveda sin nubes, vacía, del cielo, va tomando colores anaranjados, sedosa violeta, extraños rosas.
Poco a poco en los ángulos esquivos del crepúsculo se anuncian ya todas las estrellas.
La ciudad está dispuesta, ella por su cuenta, a competir en luces con la miríada de ocultos luceros, mientras ellos se preparan también a la lucha.
Con el estruendo sonoro la brisa ha huído recelosa, ha optado por precaverse y apenas se asoma.
Hoy los mirlos asombrados callan y los grillos ni rechistan.
© Acuario 2009
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