viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 15 Sábado



El alba, espléndida ofrenda de celestial oro, se encuentra un poniente apresurado y fresco, amable, obsequioso y feliz.

Cuando el sol alza su mirada por encima del horizonte, el nuevo día ha encontrado su camino prescindiendo de las últimas sombras.

La noche ha recogido sus sueños desvencijados, sus destartaladas quimeras, sus imposibles y estropeadas fantasías. Ha liado su hatillo, y sin mirar atrás, deja sus desvaríos sobre la arena, llena de basuras, ilusiones, vasos de plástico rotos, papeles, fantasmagoría, que intentan retirar afanosamente varias cuadrillas de limpieza a toda prisa.

Con el mediodía, las aguas cercanas a la orilla muestran un opalescente turquesa móvil, pero ya a los doscientos metros de la orilla, el mar es transparente cristal verde cobrizo. Su tibieza es extrema, caricia sedosa, amabilidad desmedida. Está ligeramente picado por el viento, procuro pues nadar enfrentando el liviano oleaje.

La tarde se entrega completa a la dicha, desde la inicial siesta. La brisa mece suave y refrescante las palmeras, y entra amigablemente a conversar con las plantas en el interior de la casa. Las horas trascurren suaves, detenidas, eternas.

Hay, anclado enfrente, un pequeño carguero, blanco castillo de popa, escasa amura, sólo un palo y la proa.

La mar más calmada, casi sin olas, muestra en la superficie, laberintos y dibujos de plata azulada.

A la playa, vaciándose poco a poco de bañistas, acuden palomas, y agresivas gaviotas que hacen huir a éstas.

La tarde retrocede, se vá.
No hay todavía esperanza para el destino del inmediato crepúsculo.

Todo está, sin él saberlo, en las manos del tiempo.



© Acuario 2009

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