viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 8 Sábado



El agua es puro regocijo. Blanda, tierna, tibia, transparente. Nadar en su abrazo es gozo ancestral, sensualidad oculta. Mientras alcanzo la más limpia superficie, allí donde se encresta en diminutas y ningunas olas, un carguero asoma su proa enfilando la boca del puerto. El largo y profundo bramido de su sirena alza su potente resonancia pidiendo práctico. Las enormes gruas despiertan de su letargo, se asoman por encima de sus casi 80 metros para verlo pasar, lento, majestuoso, quizá algo cansado de tanto navegar.

La playa acoge sin estrecheces ni esfuerzos a una alegre conglomeración diversa de gentes, niños, sombrillas, hamacas, parasoles, toallas, en amalgama feliz y colorista. El mar siempre tiene alguna vela, quizá un balandro, a veces tambíén cualquier embarcación costeando. En ocasiones un fuera borda, e incluso el guardacostas de la guardía civil asimismo se asoma por la bahía a cualquier hora.

La tarde derrama sin medida su lenta presencia viva, su ánima cristalina, el sosiego de la brisa.

Nadie espera alcanzar a la noche, en cada instante la eternidad refulge, un solo minuto contiene siglos ocultos, en un solo día como el de hoy hay presentes y completos más de mil años.

Pero inadvertidamente la luz decrece fatigada. El extenso piélago del cielo toma un matiz de flexible caramelo, pálida ensoñación aúrea. Antes de finalizar su tiempo el sol se entrega como líquido oro al crepúsculo desorientado e inhábil, haciendo grandiosa su despedida última.

El tiempo desde su silencio infinito, instalado en su inabarcable elipse de silogismos, ha tomado una única dimensión de sombras. Quizá podríamos llamarla noche.



© Acuario 2009

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