La luna se asoma, a traves de un pequeño cúmulo de colgajos descosidos, entre los harapos tendidos a secar que han puesto unas escasas nubes andrajosas.
Su cara deja de ser esférica, aflora entre los pingajos tambien rota. Son ahora trozos blancuzcos mal puestos y peor pegados de la que fué una, aún hermosa pero ya no redonda, cuchara de blanca plata.
Ante las negras aguas, en la orilla, cuento una docena larga de inmóviles y verdosas luces, como estáticas luciérnagas. Pero son pescadores con sus cañas.
Instalan unas pequeñas balizas, que en lo más alto del fuste, les avisan y señalan si el pez pica.
Y el mar suena sólo para ellos, les murmura algunas extrañas consideraciones, misteriosos mantras que repite con una calma vieja y pretérita.
Pero la luna susténtandose sobre el aire, gracias a la brisa que desde el poniente alcanza la costa, a poco consigue alzarse como enorme cometa, ahora sí redonda.
Navega por el oscuro firmamento con quietud plena y mayestática, dueña de su espacio versátil y cósmico de sombras.
En la madrugada, sólo el viento, que no sabe a ciencia cierta dónde va, logra discernir algún rumbo para sus anhelos encubiertos, para sus ignorados deseos.
El aire, el decidido y refrescante poniente, enmascarado en su antifaz de tinieblas, busca incansable, sin alcanzarlo, un reposo imposible para su propio enigma.
© Acuario 2009
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