viernes, 4 de septiembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

AGOSTO 10 Lunes



Con la tormenta lejana, y pese a la distancia, el oleaje ha tomado un orgulloso e imperativo brío. A lo largo de la playa, en un frente de varios centenares de metros, se desploman incesantes, atronadoras y blancas, las olas cargadas de volumen y densidad sonora.

En el silencio de la madrugada, el mar pregona en voz bien alta su ineludible vocación de infinitud. Desde la cresta que alcanza la orilla, se despeñan con profundo golpear sonoro las aguas, que seguidamente se derraman porfiadas arrastrando su sibilante resonar sobre la arena.

Así, refluyendo incesantes, voz que desde los siglos perdidos nos alcanza.

La noche, consternada, acude con su enmudecida distancia, y amontona las sombras en la periferia oblicua del horizonte. Pero hasta allí alcanzan las luces a delatar la incesante actividad enantiomorfa de las barcas faenando.

Sobre la bahía, anclado, con su castillo de popa aglomerado de luminaria, y a babor y estribor otras enfilando sus amuras, un enorme navío se destaca en la negrura que le asalta.

La luna no encuentra camino entre las nubes que ocupan su eclipse y su agotamiento.

Sólo una estrella atrevida ocupa el hueco olvidado por algún ciego cometa, inverso y sin luces, y parpadea curiosa, única luz del cielo, por hoy reina de la noche de sonoras espumas de un mar sin dueño.



© Acuario 2009

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