sábado, 29 de agosto de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

JULIO 16 Jueves



La noche pasó. La incesante llamada nocturna de los grillos se prolongó hasta el alba, dorado amanecer sencillo y simple. Cuando acudo a cubrir y entoldar la terraza, el mar se ha patinado de aúreos reflejos. Gorriones y algún mirlo silbador toman el relevo de los cricrí danzarinos y tenaces. Apenas hay un soplo de viento indeciso. El cielo comienza a pintarse de azules, el desnudo firmamento aparece como siempre sin una sola nube.

La calle está llena de actividad bajo las estáticas palmeras. El sol comienza a señorearse de la mañana, mientras las palomas se reunen en la playa. Desde las primeras horas, desde que asoman y se inician las luces del día, siempre hay algunos que se adueñan de la soledad de las arenas y las aguas, asiduos del crepúsculo, estrenan la superficie sin olas bañándose al clarear la alborada.

La ciudad sigue en su sitio, con sus edificios y sus avenidas, nada ha levitado siguiendo los invisibles caminos nocturnos de la luna. El fluir de las gentes, ocupadas, u ociosas, apenas cambia. Asisto al devenir diario de trabajos y tareas, con la rara sensación de un tiempo inamovible, extrañamente distinto y el mismo siempre.

Hoy el agua es densa y fría. De un verde resuelto, el cielo le presta sus leves azules. A mi derecha, arrimadas al dique de levante, orondas y panzudas barcazas se llevan la arena del fondo para renovar con ella la castigada orilla, acosada por los temporales en invierno, que terminan por dejarla sin espacio, sin riberas, sin arenisca.

Un mediodía pleno, lleno de paz, que invita al descanso tras el baño, se sigue de la tarde, generosa de sol, pletórica de luz.

El tiempo es otro desde el incesante milagro iluminado de los días sin límites, eternos e infinitos en su radiante y cegador sortilegio solar.




© Acuario 2009

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